Con 19 años se marchó solo a 1.000 kilómetros de casa. Ahora, con 29, está a 550 pero el cambio ha sido más radical. Guillermo Ros disfruta del balonmano profesional en la N2, la tercera categoría francesa, en las filas del ETEC, acrónimo de Entente Territoire Charente Handball y resultado de la unión de cuatro clubs de la región de Charente, en el sureste galo. El zaragozano dio el paso el pasado verano tras cuatro años en Santander y haber pasado también por Aranda de Duero, Soria, Huesca y Huelva.

Aunque la distancia es menor que con algunas ciudades españolas, Ros se encontró de entrada con una gran barrera que hizo cuesta arriba sus primeros días: un idioma que desconocía por completo. «Por eso al negociar con el club les dije que quería aprender bien el idioma para integrarme mejor. Tengo una profesora particular dos horas tres días a la semana», explica el zaragozano. Sus avances han sido más que notables. Lejos quedan ya aquellos días en los que, en la cola de un McDonalds, prefirió darse la vuelta y marcharse a casa antes que tener que entenderse con los empleados. Ahora ya se entiende perfectamente en los establecimientos y, por supuesto, en los entrenamientos y los partidos. «Hasta hablo con los árbitros», dice como ejemplo.

Y eso que el balonmano era su refugio en esos primeros días. «Al final aunque suene paradójico era donde mejor estaba porque balonmano es balonmano. Tienes que estar un poco vivo para los ejercicios y en lugar de ponerte el primero pues estar un poco al loro y muy atento. Y como era la novedad todo el mundo quería hablarme en español porque lo había estudiado en la escuela. De hecho llegó un momento, pasados dos meses o así, que les dije, oye, que no me habléis más en español», recuerda divertido.

En Angulema se ha encontrado un balonmano más duro, más físico, que le ha obligado a hacer más gimnasio que nunca. «El primer mes y medio iba muy perdido, ¡es que lanzaba y casi no llegaba a la portería!» Pero también se ha encontrado unas condiciones laborales que no había vivido en España. Lo explica con un ejemplo. «Es un detalle, pero aquí es tu trabajo y tienes tus doce meses de cotización, incluido el verano. Cualquier persona de fuera lo verá normal, pero en España tú cobras por competir. Si la Liga dura nueve meses, cobras nueve meses. Y a lo mejor de esos nueve cobras cuatro. Aquí por ejemplo no tienes inseguridad de nada porque si dejan de pagar se van de la categoría», resume.

Y eso que Guillermo Ros no puede quejarse de sus experiencias en España. Ha estado en clubs y ciudades que, aunque con modestia, se preocupan por el balonmano y por el jugador. «En España he tenido mucha suerte. En Santander logramos subir bastante el balonmano y nunca hemos tenido problemas de dinero en el sentido de que me hayan dejado a deber. Había retrasos pero nada más. Y en Aranda muy bien también, era todo muy bueno», recuerda. Para explicar la diferencia, da otro dato. El ETEC tiene 400.000 euros de presupuesto. En su último año en Asobal, el Sinfín tenía 450.000 euros.

Zaragozano, de la factoría de Moncayo, su paso por el Balonmano Aragón fue casi testimonial. «En el primer equipo estuve al principio y el año que volví después de Aranda, pero pasajero total. Por mí me hubiera quedado, pero es que los que éramos de allí poco menos que casi teníamos que pagar por jugar. Luego acabó como acabó pero es que se veía venir, y más como hacían las cosas», explica.

Además de las condiciones laborales le ha llamado la atención la cultura deportiva del país. Ros explica que, aunque el fútbol es el rey también al otro lado de los Pirineos, en su región domina el rugby pero que el baloncesto y el balonmano también están muy bien tratados. «Somos un equipo muy modesto para la categoría pero a nivel de organización es mucho mejor que equipos de Asobal. Cuando jugamos en casa cortan las calles de al lado del pabellón y montan para comer o cenar las familias. Está muy enfocado a la gente. El primer día que estuve nos hicieron una paella y estuvimos unas 150 o 200 personas allí cenando. Nos ganan en muchas cosas», admite.

Ha tenido que aprender un idioma, adaptarse a otro balonmano y a otro estilo de vida. Angulema es una ciudad pequeña, de menos de 50.000 habitantes. «Está nublado casi todos los días, llueve. La cultura es muy diferente, a las doce están comiendo y a las siete están para empezar a cenar. La vida es totalmente opuesta a España. Eso cuesta un montón. Aquí a lo mejor quedas a tomar algo a las tres de la tarde, que dices pero si es hora de la siesta y se echan a reír. Estás todo el día durmiendo, me dicen». Guillermo Ros disfruta de otro mundo aquí al lado.