Paciencia. Ese es el término del momento. Árbol de raíz amarga pero de frutos dulces, Lalo Arantegui, Natxo González y el propio Real Zaragoza como institución se están encomendando a ella hasta extremos religiosos esta temporada. Lo que ahora se honra con tanto convencimiento ha sido uno de los ingredientes que tanto se ha echado en falta en este tiempo pasado para que el proyecto no se torciera: la paciencia con según qué y según quién. Hasta los más impacientes en su día con otros protagonistas pasean con orgullo ahora esta bandera.

Aunque el plan perfecto hubiera sido tomarla como patrón desde el inicio de esta nueva era de la Sociedad Anónima, y quizá la historia se hubiera escrito de otra manera, verdaderamente se trata de una buena idea abrazarse a la paciencia y a ese concepto tan romántico y tan maltratado, el proyecto, a pesar de que para serlo ha de ser necesariamente atinado, no solo un credo bien intencionado. Como Lalo y Natxo, hay una masa sólida del zaragocismo que cree que la inestabilidad no conduce a ningún destino. Como también hay otra parte que está cerca de perder la paciencia de tanto reclamársela.

La paciencia en sí misma es estéril. Lo que la convierte en una herramienta útil es el acierto, en cuya compañía adquiere valor. Eso es lo que está por ver de este proyecto. No que sea sosegado (para unos, terco para otros) sino que en su desarrollo se tomen las decisiones correctas. Que se acierte en los nombres y los momentos. El gran debe de este Zaragoza actual.