—Cuando se marchó al Atlético de Madrid se publicó que el Real Zaragoza no tenía conocimiento de su fichaje, ¿es eso cierto?

—Para nada. El mismo presidente, Zalba, me ofrecía llevarme allí y arreglarme todas las cosas. Fui con todos los permisos y nunca fui a espaldas del club. El Real Zaragoza lo sabía. Tenía una cláusula de rescisión muy pequeña, creo que unos 15 millones de pesetas y querían que renovase para poder venderme algo más caro.

—En el Atlético tuvo algunos enfrentamientos públicos con Jesús Gil, ¿cómo era su relación con él?

—Fíjese que yo solo discutí con Jesús Gil una vez, que fue cuando me fui. Por lo demás me llevaba muy bien con él, incluso venía a cenar a casa. El último día estaba Luis Aragonés en Sevilla y el Atlético quería traerse al Cholo Simeone y Luis quería que el que fuera en el intercambio fuera yo porque ya me había tenido en el Atlético. Además, acababan de nacer mi tercera y mi cuarta hija, las gemelas, y no tenía pensado moverme de Madrid porque estaba a gusto. Jesús Gil insistió en que me tenía que ir a Sevilla y me amenazó con que no vestiría más la camiseta del Atlético y discutimos. Pero vamos, nos duró el enfado diez minutos y arreglamos el traspaso porque no quería acabar en los juzgados con él porque nos llevábamos muy bien. Quería ser feliz jugando al fútbol y si no podía ser allí, sería en otro sitio. Hablábamos de hombre a hombre y él era un tío de hablar claro. Yo le decía: ‘Presi, cuando perdemos, la gente está asustada’, porque la reacción suya era fuerte porque quería estar siempre arriba. Hoy en día con su familia me sigo llevando muy bien.

—Una vez le acusó públicamente de que entrenaba poco, así que algún otro roce hubo.

—Es una fama que siempre he tenido porque a mí me encantaba el balón. Antes era preparación física por las mañanas, y venga a correr y más correr; y por la tarde tocaba balón. Lo de correr lo llevaba muy mal porque no me gustaba dar vueltas sin más. ‘Dame un balón y verás la diferencia’, les decía a mis entrenadores. De todos modos, si no hubiera entrenado no hubiese podido aguantar casi 400 partidos que jugué. Para jugar al fútbol necesitaba un balón, no un cronómetro.

—¿Algún rival que fuera especialmente difícil de marcar? Un mexicano llamado Hugo Sánchez, quizá.

—El jodido mexicano… (risas). Tenía un don especial. Podía rematar cualquier balón y desde cualquier situación posible, era muy bueno. En aquella época estaba él, Butragueño, que era muy complicado marcarle porque era muy habilidoso, pero el más difícil era Hugo Sánchez.

—¿Qué tal fueron sus experiencias en el Sevilla y en el Extremadura?

—En Sevilla muy bien porque además jugábamos en Europa y allí se vive el fútbol de otra manera. Sin embargo, en el segundo año nos descendieron por impagos y estuvimos unos días en Segunda B. Recuerdo estar en Sancti Petri concentrado y llamarme mi representante. Me dijo: ‘Ya eres jugador de Segunda B’. Y le contesté vacilando que era muy bueno porque me había conseguido un equipo para jugar en Segunda B. Me dijo que no, que habían descendido al Sevilla. Fuimos por las habitaciones preguntando y en dos o tres días no apareció nadie del club para explicarnos nada. Otra cosa para contarle a los nietos. Al final me dejaron tirado, tuve que buscarme la vida y apareció el Extremadura. Pude irme a México pero tenía a los niños muy pequeños y no quise.

—Y en Almendralejo terminó su carrera deportiva.

—Hay un episodio que poca gente sabe y es que firmé con el Rayo dos temporadas y lo hice sin decirle nada a mis hijos para darles una sorpresa por el hecho de volver a Madrid. Cuando se lo dije se echaron a llorar porque no querían irse de Almendralejo y tuve que reunirme con Ruiz Mateos para romper el contrato y tenía una clausula de 200 millones de pesetas de indemnización. Lo más importante para mí era mi familia y Ruiz Mateos se portó como un caballero y me dijo que no me preocupase, que podíamos romper el contrato y que fuera feliz con mi familia.

—Y luego fue presidente del Extremadura. ¿No fue un cambio demasiado brusco?

—Me pidieron el favor de comprar acciones, pero yo quería ser director deportivo, no presidente. El alcalde se reunió conmigo y querían darle una vuelta al club. No hubo presidente y me tocó por ser el más conocido de la lista del consejo. Mi acuerdo es que cuando fuera entrenador me iría del club y me fui a Madrid a vivir. Un amigo mío me puso en contacto con Las Palmas y cené con Miguel Ángel Ramírez. Me firmó como director deportivo, luego acabé como entrenador y subimos a Segunda. Me quedé hasta que me destituí a mí mismo porque ocupaba ambos cargos.

—¿Es más difícil ser jugador, entrenador, director deportivo o presidente?

—Nada de eso, es acostumbrarte a no competir después de tantos años llevando una rutina. Cuesta asimilarlo y es duro. Es bonito seguir vinculado al fútbol pero no es donde te gusta estar. Lo demás es fútbol y te acostumbras a estar en los despachos.