Da escalofríos mirar la clasificación. Se ve al Zaragoza pegado otra vez a los peores, fuera de los puestos de descenso solo gracias al golaveraje cuando se han jugado ya siete jornadas. Ni siquiera alcanza una media de un punto por encuentro. Lleva seis, solo ha ganado un partido y le han marcado nueve goles, por ejemplo. Son datos irrefutables que explican su realidad en números. Cuentan también otras cosas, menos algorítmicas pero de difícil discusión. La más concluyente, apoyada en datos también, es que defiende regularmente mal. Por eso nunca ha dejado la portería a cero. Por eso no gana.

Van pasando los centrales y la cosa mejora, sobre todo con Mikel González, que eleva sin despeinarse el nivel de sus predecesores. Quedan otros como Verdasca, capaz de generar peligro en su área al primer despiste. Bien los diferenció el partido. Uno se marcó en propia, o casi, y gracias. El otro marcó en la meta contraria el tanto que espoleó el fútbol, quizá el futuro.

Hasta aquí lo malo, cifras que a veces en el fútbol significan nada. En el balance general, el Zaragoza dejó casi una hora de fútbol placentero, acompasado a buenos ratos, afilado a otros en velocidad. Cierto es que a su partido hay que rasparle la primera media hora, cuando el Oviedo lo borró del campo. Marcó dos goles y se dejó otros por el camino, alguno de pandereta. No es menos verdad que el león se levantó entero del golpe, inesperadamente, cuando estaban sacando la pala para enterrarlo. Ese gesto de Mikel González corriendo hacia su campo tras el 2-1 dijo mucho. «Estamos a un gol, chicos, a uno», gritaba con convicción de veterano el central. Había que creer. Ocho minutos después, Zapater empataba el partido. Y zas, todo lo malo se desvaneció.

Al Zaragoza le quedaron 45 minutos para ganar el partido. Cogidos en un puño, no hay manera de encontrar el debate, ni siquiera contra los números. Aquí sí, el Zaragoza se mereció ganar por todo. Por posesión, por ocasiones, por criterio, por peso... Fue mejor en lo fino y en lo grueso; generó fútbol de hilvanes largos, entretejió otro en espacios interiores con el magnífico Febas; urdió contraataques que debieron ser definitivos; trenzó hasta el cabo los mejores minutos de la temporada.

No acertó Borja, falló Ángel, no llegó Papu... Ocasiones suficientes para mostrar el equipo que parece, no el de los números. Quedan deslucidos por las cifras Febas, Borja y aquellos que van brotando a su lado. De poco vale el consuelo sin lustre, ni la ficción sin autocrítica. No hay tiempo para el noveleo, el esplendor solo se lo darán los triunfos. El Zaragoza parece a ratos un señor equipo. Pero no, no lo es. O eso dicen los números.