Siempre, siempre los resultados marcan el estado de ánimo y de salud de un equipo y de un club de fútbol. Todo palpita alrededor de ellos, los grandes momentos y los momentos más bajos. El juego puede ser malo pero efectivo y seguro, como lo fue durante la racha de siete jornadas sin perder que recientemente protagonizó el Real Zaragoza, y la suciedad apenas saldrá de su escondrijo. A la primera que el viento cambia de dirección, los resultados empeoran y el nivel de juego continúa sin alimentar esperanza alguna, todo se tuerce. El patio se alborota, la porquería vuela a la superficie y los nervios se multiplican.

Ocurre así siempre y más todavía en este Real Zaragoza apremiado por la necesidad de subir a Primera División. Necesidad deportiva. Y fundamentalmente económica para no poner en riesgo la supervivencia de la Sociedad Anónima ni dejar a la propiedad ante un jeroglífico particular de muy difícil resolución. El equipo está noveno, fuera del playoff después de dos partidos horrorosos contra el Valladolid y en Alcorcón, en los que las señales fueron negativas. Se ha caído y ya ni siquiera es resultadista. No juega, no genera, no produce ocasiones y tiene un problema serio con el gol porque no marca y, sobre todo, porque ni siquiera tiene la oportunidad de hacerlo.

Inestabilidad, desarmonías internas, problemas de actitud en el campo, mal juego, clima tieso en la SAD entre unos y otro... Peligro. Y Popovic de nuevo en la cuerda floja pendiendo del mismo hilo: los resultados. Esos que el Zaragoza necesita recuperar pronto para recobrar la tranquilidad.