Pese a que no llegó a convencer a algunos hasta hace unas semanas, no se encontraría hoy un zaragocista de bien capaz de ponerle un matiz negativo a Borja Iglesias, el animal que llegó de Galicia el último verano para poner al equipo aragonés en el camino de su verdad. Se imagina uno que ya nadie se acordará de Ángel, el delantero pequeñito de la campaña pasada. Si queda alguno para la comparación, que ponga en la balanza la cantidad de cosas que aporta este plantígrado de amplia sonrisa al fútbol del Zaragoza. No son solo 22 dianas, una más que aquel. Son decenas de detalles, de combinación, de jugadas de espaldas, de trabajo de jornalero, con ese corpachón puesto al servicio de este equipo que, a ratos juega con el caminar pesado de su delantero panda, pero que acelera como un tigre y da zarpazos de león.

«Me tiro del balcón, me tiño el pelo de azul... o salgo en el bus vestido de oso panda», dijo Borja al final del partido cuando le preguntaron por una promesa para festejar, en su caso, el ascenso. De momento, logró el primer hat-trick en su carrera como futbolista profesional. Lo hizo gracias a una personalidad bestial, la que tiene cualquier delantero que quiere ser grande. El ariete, que había fallado de manera consecutiva los tres últimos penaltis pitados al Zaragoza, agarró el balón sin titubeo alguno para disparar a su equipo hasta el final del camino. Dos zambombazos firmes, de caudillo, de crack. No hubo indecisión, ni primero ni después. «Antes de los partidos probamos con tres o cuatro especialistas, pero él es el primer lanzador», dijo su técnico, que tuvo un mensaje generoso con el delantero: «Nos ha dado, nos está dando y nos dará mucho. Aparte de los goles, hace muchas cosas».

Otro animal, Jorge Pombo, hizo ayer tantas como el gallego. Le llaman tigre algunos porque le gusta. Lleva un felino gigante tatuado en el pecho que viene a definir de alguna manera su carácter imprevisible. Es otra fiera. Espontáneo, inesperado, genial, afortunadamente ha llegado a las últimas jornadas para empujar al Zaragoza hasta Primera. Jugó otro partidazo repetido después de sus grandes minutos ante el Albacete, la tarde última en La Romareda en la que le regaló dos goles a Papu. Ayer le dejó un obsequio envuelto a Borja tras un movimiento de conducción y pase que fue talento puro. El Panda abrió el paquete con furia, rasgando de par en par un zurdazo que puso el estadio patas arriba. Después, el Tigre lo hizo todo bien. Controles, desbordes, combinaciones, regates... Se dejó el alma, de verdad, y la gente se lo agradeció con el rugido correspondiente en su despedida.

El otro animal de la noche fue el león. La Romareda es hoy una bestia carnívora que va devorando presas con temperamento e inteligencia. Son bocados de realidad que sienten en sus carnes todos los que pasan por el coliseo zaragozano. Esto dijo Sergio, el entrenador del Valladolid, por si queda algún descreído por ahí: «No soy de los que dice que la grada gana, pero hay que alabarles por esa atmósfera. Han llevado a su equipo en volandas, han presionado al árbitro... Felicito de verdad a esta afición porque han sido muy importantes en el resultado». Verdad redonda. Lo fueron, lo son, lo serán hasta final, todo en plan animal.