De un relevo de entrenador, y más todavía con la Liga tan adelantada, un club espera algo diferente, un cambio inmediato. Y, sobre todo, mejores resultados a la de ya. Láinez recogió el Real Zaragoza más degradado de la temporada, nada que ver con el que Agné heredó de Milla, y desde entonces la dinámica es tranquilizadora, notable en sensaciones y crecimiento, aunque algo peor en puntos, a pesar de que la cosecha es buena. El técnico aragonés ha conseguido que el equipo despierte y revierta su destino en los tres partidos que ha dirigido.

La metamorfosis ha sido tan rápida por la certera valoración de los problemas y por la aplicación de las soluciones posibles, porque las imposibles (evitar el desfondamiento físico, reducir los errores individuales en áreas sensibles, el entramado defensivo colectivo, centrales y laterales más seguros o una portería de más categoría...) son inviables a estas alturas. Láinez ha tratado de acercar a su equipo a la portería contraria juntándolo alrededor del balón. La consecuencia han sido tres encuentros con numerosas ocasiones a favor, aunque en un par de ellos también en contra. Con él, el Zaragoza no ha perdido. Hoy vuelve a ser imprescindible una victoria ante el Mallorca para huir de manera casi definitiva de la amenaza fantasma del descenso. Esencialmente Láinez recuperará su plan original. Hasta ahora le ha funcionado.