El partido de ayer se reveló sobre la marcha como un encuentro para entrenador, de esos que exigen cirugía fina y olfato selecto para saber operar encima de la cabeza de un alfiler. La mayoría de los partidos pertenecen a los jugadores, pero el del Alcorcón, en un momento dado, se dirigió al banquillo del Real Zaragoza para solicitar soluciones técnicas, concretas, firmes. Había que intervenir de urgencia porque el equipo agonizaba y Ranko Popovic utilizó el bisturí para extraer un menisco cuando el problema era de pulmón y de corazón. No mató al enfermo, pero le cosió con desafortunados cambios. El conjunto aragonés sigue en una lujosa habitación del hospital, en la de los aspirantes a la promoción, si bien tiene su fútbol tan mal color que en cualquier jornada se nos va al otro barrio, de la sexta planta para abajo.

Popovic dejó en el campo de principio a fin a un Ruiz de Galarreta que avejenta a cada carrera en una posición entre la mediapunta, el mediocentro y la media nada. El chico, y es una lástima porque tiene tanta calidad como poco físico, está para sopitas ahora mismo. Con Basha y Jaime a un 45% siendo generosos y Sergio Gil en la reserva, que venía de crecida, se sabía de antemano que el centro del campo iba a sufrir una crisis de órdago. Popovic fue testigo del derrumbamiento mientras el Real Zaragoza ganaba, instante idóneo para adquirir un papel de protagonismo silencioso, determinante. De gran entrenador, de profesional que ilumina la sombras con una lámpara de propano bajo la manga.

Se equivocó. No es grave su error deportivo, sobre todo porque la derrota no manchó el resultado final. Tampoco es suya la responsabilidad completa de un encuentro malo en la primera parte e indigno en la segunda. Ahora bien, dar por bueno ese punto sumado en la resta de credibilidad competitiva y tirar abajo el vestuario apuntando a la sien de los jugadores, no es de muy buen administrador de grupos. Los futbolistas reciben un mimo excesivo y se les permite vivir en su burbuja. Está bien y es saludable poner en la parrilla mediática a alguno, que sepan que existe el mundo exterior, que no son intocables.

El serbio ya lleva tiempo echando nombres propios en la barbacoa. Esta vez, tras el partido, subió demasiado el fuego para justificarse tras las llamas. Que si Willian José, que si el colegiado y su permisividad con un duro Alcorcón, que si algunos no dieron lo suficiente, que si la afición anima con el viento a favor... Ruiz de Galarreta dijo. "Han sido duros, pero nosotros también hemos jugado con fuerza. Son cosas de los balones divididos, del fútbol". Y Cabrera declaró: "El equipo estaba fundido. Yo, muerto". Y Popovic lamentándose una veces por los que no están y cuando regresan de que su ritmo no es el óptimo.

El Real Zaragoza ni gana en casa ni juega en parte alguna. Se pueden exponer mil excusas, muchas, sin duda, avaladas por la razón. Disparar a la plantilla son palabras mayores. Se pierde el tacto que todo entrenador, mejor o peor con la pizarra, debe tener cuando opera sobre la cabeza del alfiler familiar.