Mediada la primera parte, al zaragocismo se lo llevaban los demonios. Pocos daban un par de céntimos por un Zaragoza que acababa de encajar un segundo tanto de verbena. Ceño fruncido, mirada perdida, manos en la cabeza y el alma en los pies. Pero este Zaragoza es distinto. Por eso se rehizo. Por eso le bastó un puñado de minutos para volver a nivelar la contienda. Por eso mereció ganar tras una segunda mitad para enmarcar. Olvidense de aquel ejército de pusilánimes de comienzos de la pasada campaña. O de esas almas en pena que poco después a punto estuvieron de ir directas al abismo. No comparen porque no hay comparación posible.

Cierto es que todavía hay mucho por mejorar, pero también lo es que ya se ha progresado mucho. El Zaragoza venía de las catacumbas y ahora ofrece muchos ratos en los que da gloria verlo. Ni siquiera la implacable clasificación se apodera de las buenas sensaciones. La Romareda cree y los agoreros, aun con la complicidad de la tabla, callan. Por fuerza.

Ayer, el equipo aragonés pago caro ese primer cuarto de hora. Luego fue mejor que su rival, que no era un cualquiera. Tuvo más posesión o más saques de esquina pero sobre todo tuvo más fútbol. Porque el Zaragoza no solo reaccionó a base de coraje, garra y fe. Todo eso lo aderezó con fútbol. Y del bueno. Le faltó eficacia pero puso todo lo demás.

Lo mejor no es que la afición esboce una sonrisa incluso con su equipo al borde de los puestos de descenso. En otras circunstancias, la alarma llevaría tiempo encendida y se habría dado aviso al verdugo para que rodaran cabezas. Ahora no. O al menos todavía no. El zaragocismo sufre. Y mucho. Pero disfruta sufriendo. O sufre disfrutando. Algo similar a los jugadores. Ellos también disfrutan y lo reconocen a quien quiera escuchar. Y eso se nota.

Por eso, pese a los números, el agorero va contra corriente. El Zaragoza es un señor equipo capaz de ofrecer su mejor versión cuando todos le daban por muerto. Y eso solo lo hace un equipo trabajado y trabajador. Un valiente. El empate en Oviedo fue un punto y seguido en sensaciones y un punto y aparte con el pasado reciente. Pero sobre todo fue un punto en boca a aquellos empeñados en pregonar a los cuatro vientos que nada ha cambiado.