Andaba media España futbolística pensando en Navidades que al Zaragoza aún le daría tiempo a llegar mientras en La Romareda se pensaba en la fatalidad repetida. Lo normal en tiempos modernos por aquí, acostumbrado como está el hincha y hasta el público a la ineludible desdicha. Pero cuando lo repiten en la tele, desapegados ellos del zaragocismo se supone, y no lo niegan en las salas de prensa, será que se puede fantasear.

Hace tres semanas largas que Natxo González decía por aquí, página arriba, página abajo, que veía al equipo enganchándose a los puestos de privilegio: «Nos pondremos a 4 o 5 puntos». Más de uno se echaba las manos a la cabeza cuando confirmaba que el asunto que tiene entre manos iba a terminar «fantásticamente». Matizaba para suspicaces: «Fantásticamente es en Primera».

Ayer se acostó a 6 puntos, que no son 4 ni 5 pero tampoco 10 o 12. Por primera vez en cinco meses se ha establecido en una zona que le da para pensar. Y para soñar, que se lo permita el que quiera. Aumentó hasta los 8 puntos la distancia con el descenso para dejar adivinar un mundo nuevo.

«Dejadme creer», decía el técnico en la previa del choque ante el Córdoba, el primero de esta estupenda tanda de cuatro. Creía y lo repetía sin complejos. Sonaba a chino a ratos, pero el vitoriano no quiso bajarse de la burra a la que ahora, advierte, no se va a subir en lo que él entiende desproporción aragonesa: «Ya sabemos que aquí todo es blanco o negro. Nosotros a lo nuestro». No habrá olvidado, sin duda, la enorme distancia en el final de dos partidos separados por solo 15 días. Ayer había unos cientos en Tarragona gritando «sí se puede» cuando su equipo liquidó al Nástic. Los mismos, más o menos, estaban en Alcorcón dos semanas atrás: «Natxo, vete ya».

¿Es injusta la hinchada o hay un cambio real? Un poco de ambas, aunque la segunda pesa más en el balance. El Zaragoza de ayer no se pareció ni por un minuto al detestable equipo de Santo Domingo. Fue entonces indecoroso, pusilánime, mentiroso. Ni se le imaginó capaz de reaccionar de una manera tan enérgica contra el crecido Lugo y el aguafiestas Nástic. Lo hizo con su portero de sobresaliente, también con un equipo que va camino del notable en el funcionamiento global. No se diría que va sobrado, eso no. Sí que anda mejor puesto, que defiende más arriba, que roba antes y mejor, que ataca más. Que gana. Todavía está en la cruz, pero algunos ya piden bajarlo estimulados por unas sensaciones que, esta vez sí, corroboran las cifras (10 puntos de 12). Otros esperan directamente la resurrección.

Los aragoneses

Cuánto bien le ha hecho al Zaragoza ese rombo que Natxo González se atrevió a recuperar con el 2018. Cuánto bien le han hecho y le harán los suyos, los chicos de casa que hace cuatro días no eran ni presente ni futuro, hoy bandera. En ellos puede creer quien le plazca, y por aquí nadie se atrevería a poner un pero. A Lasure, por ejemplo, que lleva siete partidos en Segunda, ¡siete!, y ha sumado 16 puntos. Solo una derrota, en Granada, el día que a su amigo Guti le falló el gemelo. Esa tarde, casualidad o no, al Zaragoza también le faltó ambición. Desdeñoso pareció, casi desinteresado mientras se le iba la vida.

Ayer estaban los dos, y Pombo y Zapater. Bien podría haber estado Delmás también para ver el cabezazo de Grippo y la definición de Borja. Cállense, dijo el ariete con el dedo, que este Zaragoza es bien otro. Cada uno que sueñe lo que le parezca, pero como le ganen al Oviedo a ver quién se aguanta.