Cuando no se puede poco hay que decir. El ciclismo actual difícilmente entiende de épica ficticia, de ataques lejanos como los que hacía por ejemplo Floyd Landis en el Tour del 2006. Tampoco sabe de subidas imposibles como las de Lance Armstrong cuando aparecía Alpe d’Huez. Atrás han quedado también los ataques de Marco Pantani en un Giro de 1999 que perdió en un control de sangre matutino, ni tampoco de los falsos héroes lejanos de la Vuelta, tachados después de la clasificación general. El ciclismo del 2017 es de resistencia, de reserva y de igualdad, pero, sobre todo, de sufrimiento.

Nairo Quintana es humano, al igual que Vincenzo Nibali, Thibaut Pinot (vencedor de la penúltima etapa del Giro del centenario) y Tom Dumoulin. Quizás el colombiano del Movistar sea el mejor del cuarteto en montaña (indiscutiblemente a como lo es el holandés en la contrarreloj) pero en este Giro que se decide hoy en la última etapa no ha tenido la chispa de antaño. Llegó corto de preparación pensando en que en poco más de un mes comienza el Tour.

Quintana, con Nibali, con Pinot y también con Illnur Zakarin y Domenico Pozzovivo, intentó en la última etapa de montaña aniquilar a un Dumoulin que encontró aliados sobresalientes (Mollema y sobre todo Jungels) para no sucumbir. Hoy tendrá la carrera en su mano después de ceder ayer solo 15 segundos en la meta y tener que remontar hoy 53 sobre una crono de 29,3 kilómetros en Milán.