Pese al triunfo, a los goles de Messi que ponen la Liga al rojo, Gerard Piqué se cargó de razones para relanzar sus ofensivas en cuantos frentes acostumbra cuando anda el Madrid de por medio, especialmente en el arbitral. Cinco días después de insinuar con unos simples puntos suspensivos que el colegiado húngaro Víktor Kassai había regalado las semifinales de la Champions al equipo blanco, se encontró con otro arbitraje discutible. Hasta que Sergio Ramos se ganó la expulsión por una fea entrada a Messi en campo azulgrana y se marchó del campo diciéndole al central del Barça: «Habla ahora, habla ahora», al tiempo que señalaba al palco del Bernabéu y aplaudía no se sabe a quién.

Hasta entonces, los jugadores azulgranas, sobre todo Messi, habían sufrido en sus propias carnes los errores arbitrales, esta vez del canario Hernández Hernández. Pero después de ese mínimo gesto de atención hacia Florentino Pérez y sus amistades, entre las cuales probablemente no se encuentre Josep Maria Bartomeu, que no acudió a la comida de directivas aunque sí al partido, Piqué no tuvo ojos más que para los jugadores del Madrid, para sus compañeros y, por supuesto, para el colegiado.

Había sido superado por Suárez y Messi en la escala de decibelios alcanzados por los pitos de los aficionados locales en la presentación de los equipos, fue abroncado cada vez que tocó el balón y, sobre todo, cuando se dirigió a Hernández Hernández para afearle que no tomara las decisiones acertadas en jugadas clave. Fue el caso de la tarjeta que no enseñó a Marcelo por partirle la cara a Messi y de la segunda amarilla que le perdonó también a Casemiro por un pisotón al argentino al borde del descanso.

Piqué se fue como un poseso para sumarse a sus compañeros en la petición de expulsión del brasileño. Con el primer tiempo ya concluido, se quedó con Messi y Suárez haciéndo ver al colegiado su gran error, hasta que Carles Naval tuvo que salir para evitar que la cosa derivase en desconsideración.

Tuvo que tragarse la rabia y solo pudo sacársela de encima con el golazo de Rakitic, después de que su malestar subiera un poco más con el paradón con que le respondió Navas en un remate que tuvo a placer. Mantuvo la calma en el cambio de impresiones con Ramos cuando este se marchaba expulsado y estalló de felicidad con el gol de Messi que deja la lucha por el título más viva que nunca.