Se empeñaron en decir tantas veces que el Rayo Vallecano era el mejor equipo de la categoría que el Zaragoza se creyó peor. Mucho peor, se quiere decir. Fue noble, honesto, un rival más que digno durante la primera media hora. Incluso pareció durante un buen rato que el encuentro se iría al 0-0 sin que ninguno de los dos se ruborizara. Pero el intermedio destapó la intención cierta de cada cual. El Rayo quería ganar; el Zaragoza se conformaba con lo que había, a expensas de que una flauta sonase en alguna acción suelta. Le sonó, de hecho. Pero era demasiado tarde, el minuto 88.

El equipo aragonés había perdido el partido hacía rato. Cuando llegó el gol de Papu, el 2-0 calibraba perfectamente lo que había sido el partido que deja al conjunto de Natxo González con un solo objetivo: la promoción. Con los dos primeros clasificados a nueve puntos, ya no tiene nada que discutir sobre el ascenso directo. Otra cosa es que pueda afectar a aquellos a los que todavía debe medirse.

«Que nos sirva este partido para aprender», dijo Natxo González. Se refería a la distancia entre algunos futbolistas rivales y otros propios que, según dijo, «estamos construyendo». El compuesto sugería veteranía, madurez, conocimiento del medio. Es decir, la experiencia de saber jugar partidos grandes. Al Zaragoza se le hizo gigante, desde luego, la segunda parte. Ni siquiera el dolor de la derrota le ayudó a empujar en los últimos minutos. Se comportó como un equipo flaquísimo justo el día que el entrenador eligió el músculo. Así que en esa reflexión debería incluirse a sí mismo el técnico, al que le sonó mejor el mensaje de la semana anterior: «Es hora de arriesgar».

Por ahí debe empezar a hablarse de la derrota de ayer. Después de semanas y semanas repitiendo doctrina y credo, Natxo perdió la fe cuando tenía que escalar una de las montañas más altas de la Liga. Pensó que se podría subir con menos talento y más piernas, pero lo que le faltó fue precisamente clarividencia para encontrar los caminos. Se quedó en el campo base Febas. Pero no por Buff, que no estaba. Su lugar lo ocupó Guti, un estupendo futbolista pero de diferente condición. La cordada la componían el centrocampista del filial, más Zapater, más Ros, más Eguaras en la zona de seguridad, más Pombo cubriendo luego un costado...

Poco hay que explicar desde que el equipo se transfiguró en un 4-1-4-1. El Rayo se quedó el balón y fue generando sin prisa. Llegaron los goles en dos errores individuales. En realidad, todo parecía entonces una cuestión de tiempo. Habría ganado de una manera u otra. Cuando De Tomás apuntó a la escuadra, el Zaragoza se quedó petrificado. Trejo lo despeñó por el desfiladero del playoff cuando aún quedaba un cuarto de partido. Un rato después saldría Febas.

El partido dejó dos lecturas. Por un lado, la clasificación, que le ha mandado fuera de la promoción y le obliga a pensar solo en acabar la temporada con partidos extra. Por otro, se debe aceptar como equipo mortal tras mostrar debilidades inconcebibles días atrás. Faltó energía, preocupó el proceder de un Zaragoza desarmado, extraño, opuesto física y mentalmente al que tumbó al Huesca. Ayer hizo ruido al caer, como un trueno. Sonaba mejor cuando era un rayo.