El Zaragoza vivió un carrusel de sensaciones en el Tartiere. Soltó media hora terrible, donde encajó dos goles y no supo frenar al Oviedo, pero, gracias al balón parado, con los tantos de Mikel González y Zapater, igualó la contienda antes del descanso y después hizo méritos de sobra para ganar, para sumar un triunfo que era vital, pero el fútbol, de nuevo, fue injusto con un equipo que tiene más juego que puntos, pero que con el empate en Oviedo solo suma una victoria y seis puntos en las siete primeras jornadas, una realidad demoledora e injusta.

El Zaragoza mereció ganar al Granada en La Romareda, se le escaparon puntos en Lugo, sufrió un arbitraje dañino contra el Nástic y en Oviedo también se le quedó cara de tonto por su falta de eficacia en el segundo acto, donde tuvo hasta cinco ocasiones claras para marcar. Ninguna entró para desesperación del zaragocismo, de Natxo González y de sus chicos. Es verdad que esta Segunda es eterna, que quedan muchos puntos y que nada está perdido, pero la sensación de mal sabor por lo que casi siempre puede ser y casi nunca es resume este arranque liguero de un Zaragoza en la zona baja de la tabla, aunque el empate al menos sí sirvió para abandonar el descenso.

Salió el Zaragoza con la única novedad de Delmás en el once de inicio y con Febas partiendo desde la derecha y Toquero desde la izquierda como cambio en ataque. Y el primer aviso lo dio Zapater en una falta que Juan Carlos despejó al palo. Sin embargo, fue un espejismo, porque el Zaragoza se disolvió como un azucarillo y el Oviedo empezó a encontrar huecos por todos los lados, sobre todo por el carril central, en el que Forlín y Folch se imponían, y Aarón Ñíguez y Toché mostraban arriba su calidad. Ñíguez anotó de perfecta falta directa y el Zaragoza acusó el golpe.

Así, Cristian Álvarez estuvo a punto de regalarle el segundo a Toché, Ángel despejó con apuros un centro de Verdés tras una falta y Folch mandó un cabezazo al palo que después Cristian sacó con suspense y como pudo.

El Zaragoza, en esos 20 minutos iniciales, estaba desbordado, por el centro y por las bandas, donde solo Delmás cumplía. Buff no tocaba un balón y Toquero no generaba nada, mientras que Febas se quedaba en intenciones con Borja al borde de la desesperación. El Oviedo encontraba autopistas nada más robar y el Zaragoza no ejercía una buena presión, sobre todo en el carril central. Un robo es lo que propició la jugada de los horrores para que acabara marcando Toché a puerta vacía. Ñíguez asistió a Christian Fernández, cuyo centro dio en Delmás y lo despejó el meta y Verdasca intentó una cesión inverosímil que dio en el larguero y remachó Toché. Todo en un espantoso repliegue del equipo y sin una falta para frenar esa contra, aspecto que otros equipos, como el Oviedo, saben hacer muy bien. Sí, la madurez.

Corría entonces la media hora de juego y el partido tenía una pinta espantosa, pero llegó un córner que Buff lanzó y que Mikel González remató como si fuera un ariete, de volea y con el balón ligeramente desviado por Verdés. El Oviedo ni se creía que el marcador fuera 2-1 después de lo vivido, pero aún se sorprendió más con un extraordinario lanzamiento de falta de Zapater para empatar en el que Juan Carlos quizá pudo hacer algo más. Dos balones parados daban vida al equipo antes del descanso y comenzaba un partido nuevo.

CAMBIO CLARO / El cambio de decorado fue absoluto. Natxo mantuvo su apuesta, pero el Zaragoza la interpretó mucho mejor. Febas comenzó a ver la luz, Delmás mantuvo el tipo y Eguaras creció para hacerse dueño del medio con Zapater y borrar la sala de máquinas de Folch y Forlín.

Y las ocasiones llegaron. Borja tuvo una clara tras un córner y un mano a mano después de una buena asistencia de Buff. Ninguna la resolvió bien. Delmás, mientras, sufrió un penalti que nadie protestó. Otra señal de inmadurez, por cierto. La más clara, con todo, la tuvo Ángel, al que se le nubló la vista con todo a favor ante Juan Carlos y Borja solo para empujar el balón después de un gran pase de Eguaras.

El Zaragoza era el amo del balón y del pleito, pero pasaban los minutos y no encontraba el gol. Anquela trató de cambiar la dinámica con Owusu, Rocha y Mossa, sin efecto alguno, mientras que Natxo puso mordiente con Papu y músculo con Guti para jugar con trivote en el medio y mantener el partido cerca del área de Juan Carlos. Ahí murió el encuentro, con el Oviedo temiendo por el empate, con Alain en el campo por Febas y con un centro de Ángel al que no llegó a puerta a vacía por un pelo Papu.

Aún hubo una última. Un maravilloso control de Borja tras envío de Papu acabó en el limbo para reseñar la falta de eficacia de un Zaragoza que se quedó con la reacción a medias anoche. Es un reflejo de este equipo inacabado y con buena pinta, que amaga bien pero da poco y que vive con más sensaciones que puntos, que son lo que de verdad vale.