El divorcio que mantiene el Real Zaragoza con la pelota es sonoro. De los siete partidos que ha disputado, tan sólo ha contado con más posesión que su rival en dos ocasiones, en el debut de Liga en casa contra el UCAM Murcia (57% por 43%) y frente al Huesca (58% por 42%), en este caso condicionado por su superioridad numérica durante 45 minutos tras la expulsión de Bambock, lo que hizo que los oscenses entregaran espacios y balón para administrar sus esfuerzos. No siempre está relacionado el tener más tiempo el esférico con un buen resultado, pero en el caso del conjunto aragonés su escaso gobierno de los partidos influye con virulencia en sus marcadores finales. Sólo ante el Alcorcón en La Romareda, los madrileños les superaron en esta faceta sin sacar provecho (45% por 55%), un dominio de pura ficción que se tradujo en un solo tiro a puerta de los visitantes y una cómoda victoria local.

Las causas de este déficit, o parte de ellas, se reflejaron con nitidez ayer en Soria. Y no es la primera vez. El Real Zaragoza es un equipo construido para apropiarse de los espacios en el centro del campo, pero en absoluto para utilizarlo como núcleo de elaboración, lo que se agudiza con la ausencia de Cani. Zapater, Erik Morán y Javi Ros formaron en Los Pajaritos un triángulo de contención, con Ángel y Lanzarote en los extremos y Juan Muñoz en punta. El epicentro del problema se localizó en dos conceptos mal interpretados: primero que la medular, como siempre, careció de un jerarca reconocible y aceptado para mezclar pausa y profundidad, y segundo que tras la recuperación se buscó con más histeria que velocidad a los futbolistas más avanzados. El juego se horizontalizó, se hizo pesado y previsible y reinó la imprecisión, aislando a los atacantes o atacante. La suma de estos factores condujo a pelotazos largos desde cualquier lugar, síntoma inequívoco de inseguridad, de impotencia, de entrega constante del balón al rival y, por lo tanto, de autoridad.

Los errores defensivos, ordinarios en el primer gol de Manu del Moral con Isaac abandonando su garita una vez más e Irureta dejando que su parcela fuera ocupada por el delantero con los centrales en la inopia aérea, señala a nombres propios. Sin embargo, ese tanto en el minuto 45 que supuso el empate y dejó a la muchachada deprimida para el resto de la cita, contó con la complicidad de todo un equipo sometido desde el principio a un planteamiento y una conducta absolutamente anárquicas, producto de una identidad futbolística tan elemental.

El Real Zaragoza juega demasiado asustado, como consecuencia sin duda de una plantilla de clase media que además se ha visto sacudida por las lesiones, pero salvo Zapater, Cani, Erik Morán y Lanzarote, el grueso de los integrantes del vestuario observan con pánico la pelota en sus pies. Nadie es capaz de superar una línea con un pase raso: o cambio de orientación o gorrazo. Luis Milla no puede quedar al margen de ese pavor en la planificación de los encuentros. Otra cosa es que los chicos, luego, se vayan arrugando más. El técnico envió ayer un atractivo mensaje con la alineación de Juan Muñoz, pero a Ángel lo crucificó haciéndole bajar a la mina de Casado. El entrenador también es víctima de la desconfianza, entrando en un bucle de mensajes que convierten al Real Zaragoza en un circuito de turbulencias nerviosas que viajan del campo al banquillo y viceversa.

El conjunto aragonés, con sus limitaciones y sus virtudes, tiene que definirse de una vez, y en el hallazgo de soluciones se sitúa como primera necesidad establecer un sistema de mayor y más provechoso control de la pelota. Correr detrás del rival, como está sucediendo hasta la fecha, mina las escasas reservas físicas de un equipo poco musculado, y poblar el centro del campo no está resultando productivo ni para defender ni para atacar. El esfuerzo y la disciplina son bienvenidas y de obligado cumplimiento, sobre todo en esta categoría. El Real Zaragoza ha demostrado que sabe luchar, no así jugar un fútbol fluido y sin complejos en la creación. Quizá Milla tenga que romper el molde y dotar de mayor alegría táctica al bloque, de un espíritu ofensivo que parece más acorde a su ADN. Si algo hay que hacer en este juego, es tener la pelota lo más próxima posible a la propia personalidad. Y con Zapater y Morán en doble pivote le sobra para liderar el centro de operaciones e intentar transportar una posesión más amenazadora y sincera a puestos avanzados.