Venía de ganar y dejarse ver un poco contra el Leganés, complicado rival al que batió en La Romareda en el estreno de la mayoría de sus fichajes de invierno. El nuevo Real Zaragoza empezó de esta forma su terrible ataque a una serie de ochomiles que le le esperaban y aún le esperan en el calendario. En aquel encuentro dio señales sin dejar una huella profunda. Esta mañana, sin embargo, ha firmado el partido perfecto que presenta en público a un equipo muy diferente, pero sobre todo a un equipo con mayúsculas. Los tres puntos no le permiten avanzar demasiado en la clasificación, pero le aproximan mucho a la zona de promoción y sobrealimentan su credibilidad a la espera de que mantenga el músculo de hierro de hoy.

La visita al Nuevo Arcángel solopodía contemplarse desde la perspectiva del triunfo. De principio a fin, el equipo aragonés lo tuvo claro y actuó en consecuencia. No solo no se dejó impresionar por el potente rival ni por el escenario, sino que respondió con un aseamiento competitivo sin parangón durante esta temporada. Poseedor del balón, de los espacios y de una clarividencia atacante gestada en la velocidad y en los movimientos constantes, el Real Zaragoza cerró a cal y canto todos los caminos hacia la portería de Manu Herrera, quien en 93 minutos tan solo tuvo que intervenir frente a un disparo de Andone. Fue así un bloque homogéneo con un detalle de grosor: siempre supo lo que hacer con estilo, una novedad que ratifica el porqué ganó con esa autoridad incontestable en este desplazamiento. Y sin recibir un gol por segunda jornada consecutiva.

A la espera de que los fichajes aparecieran con mayor notoriedad, emergieron todos a una. Campins y Guitián marcaron línea junto a Cabrera y Rico, dejando en párvulos a Nando, Pedro Ríos y el artillero Andone, futbolistas temibles. Ros se asoció con Morán y Culio como si vinieran los tres jugando juntos desde primaria, imprimiendo a la presión una fluidez precisa y una ganancia constante de las segundas acciones, clave para desarmar a un Córdoba infeliz sin el balón. La madurez que se presuponía un valor exclusivo de los andaluces lo fue del equipo de Carreras, que muy pronto se encontró con el marcador a su favor. El gol lo marcaron entre varios, en una de esas melés que se fabrican en los corners y donde Cabrera acude como un tren de mercancías. En esta ocasión, el uruguayo rebotó en Markovic y chocó por la inercia con Razak en su salida, quien introdujo la pelota dentro. Complicado aunque aparentemento legal tanto pese a que Carreras, en la entrevista posterior al partido, dijera que pudo ser falta del central.

Con el 0-1, el Real Zaragoza no se dejó llevar por la conservación del tesoro sino que persiguió todo el oro que hubiera en el partido. Asaltó al Córdoba en todos los terrenos, en el de la inteligencia y el saber estar, y lo fue hundiendo en las dudas, el nerviosismo, las urgencias y el abuso de la individualidad. Ese atrevimiento perfectamente acompasado le hizo autoritario, dueño y señor del encuentro porque Pedro y Ángel no pararon de incordiar y porque la apuesta de Hinestroza en el once en lugar de Lanzarote fue un gran acierto. El colombiano, en su posiición natural, descosió la moral de Stankevicius y repartió centros al gusto. No contento con su espléndida y soleada mañana bajo una lluvia torrencia por momentos, marcó el segundo tanto antes de marcharse con molestias musculares.

Ros filtró un pase para Ángel, a quien se le había anulado antes un gol de bandera por fuera de juego inexistente, y acudió a recoger la asistencia pero no llegó. Allí estaba Hinestroza para rematar la faena de una victoria que se extiende más allá del encuentro: fue como descubrir un nuevo continente donde antes solo había agua que ahogaba a un equipo náufrago. Ya en tierra firme, el Real Zaragoza es otro. la cordillera de dificultades le espera altiva, pero ahora se enfrenta a ella con dos cimas holladas y con sólidos muelles para confiar en seguir conquistando cumbres.