El partido del Real Zaragoza, el empate contra el Granada, dibujó una mueca de ilusión en gran parte de la afición, que aplaudió al final como si el punto valiera por tres. No fue un encuentro atractivo ni de deslumbrantes actuaciones individuales, y sumó el terrible error defensivo de costumbre, pero el público salió satisfecho del estadio con la actuación de un equipo que le ofreció al menos media hora emocionante y voluntariosa. Natxo González confeccionó un trivote sobre el amarre de Zapater para aumentar el músculo del centro del campo y puso a Buff por Febas en el único lugar donde el suizo puede ser productivo. Hasta el minuto 57, lo razonable de ese plan se tradujo en la traslación horizontal, pesada y nula de imaginación de la pelota frente a un rival sin grandes pretensiones ofensivas pero con más recursos y salidas con el balón. El gol de Pedro, además, castigó la frágil línea de flotación de una defensa cuya único margen de corrección se halla en el mercado. Valentín se cortocircuitó al intentar corregir un pase envenenado de Eguaras y luego la barrera saltó a la comba en el lanzamiento de la falta. Tragicómico y presumible avance de una tarde aciaga.

El conjunto aragonés, sin embargo, mantuvo la compostura en esa franja horaria y anímica en la que que en anteriores temporadas se derrumbaba. A media hora del final y con el marcador en contra, comenzó a incomodar a ese Granada conforme y trotón pese a su calidad. Y lo hizo con el depósito físico muy completo, lo que le permitió acorralar al equipo de José Luis Oltra con la teoría inicial que antes había fracasado. El vuelo profundo de Alberto Benito y la aparición de Eguaras como conductor principal del juego, dinamizó a Zapater y contagió a la muchachada de buenas vibraciones. El lateral derecho puso un centro magnífico a Pombo, que enganchó la pelota para lucimiento de Javi Varas, meta sobresaliente y sobrado para este categoría. Con 30 minutos por delante, el Real Zaragoza desató su entusiasmo y puso una pizca de fútbol siempre con Eguaras como referencia constructiva. Una medida y elegante asistencia suya para Borja Iglesias dio lugar al penalti y a la igualada. Después vino Toquero, una tempestad, para reventar el poste después de un cambio de orientación de Buff y disponer de dos ocasiones más de delantero tocapelotas, y el disparo a la escuadra de Zapater que sacó Varas con un despegue espectacular hacia el rincón de la portería.

Ese proceso de mejora tuvo un acentuado componente físico, el de un grupo que por fín sacó réditos a su juventud y frescura, sin duda y por el momento su valor más fiable para superar situaciones tan comprometidas como la de ayer. Así podrá competir en muchos partidos, pero aún arrastra notables deficiencias estructurales (algunas conceptuales) que no se deben obviar y que lastran un desarrollo más equilibrado de su juego. Los centrales dan pavor incluso si sólo se les exige un par de veces, hay que resolver quién es el líder en la medular y arriba a la guerra de guerrillas de Borja Iglesias no es suficiente aval atacante. Por detrás del delantero desfila la anarquía, la toma de decisiones suele acabar en un barullo y la eficacia rematadora es pobre. El Real Zaragoza recorrió un buen puñado de kilómetros para alcanzar el empate y acariciar la victoria. No le dio para ganar ni con uno más porque lleva impreso un marcado código de inmadurez que no se soluciona por completo con trabajo ni con paciencia, sino con la contratación urgente de futbolistas que den sentido práctico a la abundancia de carburante.