La derrota contra el Alcorcón no supone una tragedia para el Real Zaragoza, que se vio superado por un rival perfectamente engrasado para interpretar su fútbol, en nada bello pero de indiscutible pragmatismo. Los tropiezos en casa duelen y más en celebraciones históricas, pero éste en concreto debería enfocarse desde su vertiente didáctica porque el equipo de Julio Velázquez dio un serio repaso al conjunto aragonés. También a Natxo González. Es cierto que a Febas, el único con algo de lucidez en una tarde de sombras, le pegaron y le detuvieron con todo tipo de faltas. Sin embargo no se puede simplificar todo en ese martirio ni en la supuesta condescendencia del colegiado con el martilleo de las detenciones del juego. Hubo un bloque que echó el cerrojo y otro sin llaves ni códigos para abrirlo.

La ingenuidad en el gol encajado fue bastante más decisiva que la actuación del árbitro y pone de manifiesto que la blandura defensiva, con Grippo especialmente desafortunado, condiciona cualquier partido antes de que comience. El Alcorcón tuvo dos y metió una, mientras que el Real Zaragoza apenas inquietó a Casto, protegido por una guardia pretoriana de once futbolistas muy bien dispuestos y con una concentración absoluta. A primera vista, el conjunto de Julio Velázquez afeó el partido. Bien mirado, gestionó todo el encuentro con maestría para sus intereses, con la explotación de sus virtudes aunque se distancien de la estética y con una estudiada erosión de los valores de su enemigo.

El Alcorcón no dejó progresar en ningún momento a Benito ni a Ángel, desconectó a un Ros deficiente de Eguaras y se desdobló para encarcelar a Oyarzun y a Toquero con las ayudas constantes de sus interiores. Es decir que cortocircuitó todos los caminos hacia Borja Iglesias, el faro del fin del mundo en esta ocasión. Sólo Febas halló escapatorias, en su mayoría guillotinadas por un minucioso trabajo de relevos para impedir su evolución. El Real Zaragoza no supo jamás cómo superar esa corteza dura, homogénea y tácticamente intachable que tiene a los madrileños sin recibir un tanto en las primeras cuatro jornadas. Tampoco acertó a entablar un duelo creativo en la sala de máquinas porque Nono y Álvaro Giménez, delanteros flotantes, se incrustaron en ese terreno para sumar efectivos y superioridad.

El 0-1 devuelve al equipo de Natxo González a la escuela si es que había salido de ella, a seguir con su aprendizaje de conceptos y de madurez individual de alguno de sus efectivos. Con un suspenso puntual del que debe de tomar buena nota y, sobre todo, buscar variantes tácticas porque a La Romareda vendrán a visitarle muchos alcorcones con la pizarra al hombro y una hormigonera bajo el brazo.