No fue su mejor partido, pero el Real Zaragoza mostró frente a Osasuna que está para todo lo que echen encima. Habrá que descubrir a lo largo de la temporada si para sumarse a los seis primeros o para quedar a mitad de tabla, porque la categoría no avala a nadie. Ni a los clubes con grandes presupuestos ni a los equipos con buen fútbol o maneras correctas... Es una competición convulsa, una rosa con espinas en todos sus pétalos que cambia de favoritos en cada jornada. Hallar el equilibrio suficiente en su maratoniana exigencia es un ejercicio de funambulismo al límite, sin redes de seguridad. Un jugador lesionado, una expulsión... Una distracción en una acción de estrategia. Sin embargo, el conjunto aragonés, que empezó el curso tambaleándose sobre la fina cuerda de una plantilla casi inventada, sacada de la chistera de Lalo Arantegui y forjada en la fe laboral de Natxo González, ha acumulado razones para sacar pecho sin perder la perspectiva.

En sus últimas cuatro comparecencias, el equipo aragonés ha evolucionado lo suficiente como para esquivar las sospechas de que podría sufrir por la permanencia. Ese objetivo se le queda pequeño. Después de soportar un pésimo arbitraje frente al Nástic con todo a favor para ganar, contra el Oviedo, el Numancia, el Lorca y el Osasuna el fútbol le ha situado en diferentes escenarios, todos distintos, todos de una enorme complejidad que Natxo González ha cocinado a fuego lento con rotaciones y otras decisiones de pulcro estratega. Se salió del 2-0 en el Carlos Tartiere con una magnífica segunda parte y el empate y desde entonces su respuesta ha sido de inteligente y fiable competidor.

Bajo una atractiva máscara con diferentes actores, el Real Zaragoza no se ha apartado un milímetro del guión. Liquidó de un plumazo al Numancia, líder hasta su visita al Municipal, y en Lorca se subió al tractor para sembrar una victoria tan poco vistosa como bien trabajada. Osasuna pedía más. Era un peso pesado con cinturón de campeón ceñido a su destino. En el intercambio de golpes se puso por delante y mantuvo contra las cuerdas al equipo navarro, que sólo en una segunda parte de superioridad física y en un córner logró el combate nulo. Pudo haber perdido, pero se sacrificó hasta la médula para que no ocurriera, un gesto que confirma que ni no ha alcanzado la madurez absoluta se encuentra muy cerca de conseguirlo.

Oyarzun fue la estrella hasta que se tuvo que contener. Partiendo de lateral hizo de extremo a la antigua, de elegante zancada y tobillo de goma en los centros. En este Real Zaragoza que avanza hacia la homogeneidad, los brillos individuales asoman con espontaneidad, sin forzadas intervenciones y para el bien colectivo. Un día es Toquero y otro Febas. Siempre Borja Iglesias, Christian Álvarez y el colosal Mikel González en el juego aéreo... Una tarde de Zapater y una noche de Eguaras, con Delmás sellando su banda y Guti acudiendo con pulmón de acero. Con los goles de Ros o Papu y ese rompe y rasga de Verdasca, un central cada vez más seguro de sí mismo pese a sus limitaciones.

Osasuna apretó las tuercas al máximo, hasta cortar de cuajo las inspiraciones personales. Fue entonces cuando emergió ese equipo que se atreve con todo sin complejos, corporativo y peleón. Sumó un punto y otra versión más. Quien quiera vencerle tendrá serios problemas: le espera un valiente que sabe cuándo y cómo atacar y cómo resistir.