El Zaragoza volvió por donde solía no hace mucho, a su peor versión, la que tenía cuando dibujaba toda la faz de un equipo de Segunda. Volvió a no ser competitivo en la primera parte y se dejó el partido imposible con un pleito que duró 45 minutos y que el Sevilla resolvió de forma plácida ante un espectro. La segunda parte no sirvió para nada y la goleada encajada en el Pizjuán, donde el equipo aragonés ya se acostumbró a perder en los últimos tiempos, aleja la permanencia de manera casi decisiva, porque la noche fue negra, también por las bajas de Obradovic, Apoño y el sancionado Pinter, ya que el Villarreal ganó en el último suspiro y ahora la salvación se divisa a siete puntos con seis jornadas por disputarse.

El milagro, así, adquiere tintes épicos y obliga a ganar todos los partidos en La Romareda, empezando por el del Granada el domingo, quizá el último cartucho de esperanza. La sensación es que el Zaragoza reaccionó muy tarde en este curso y que anoche en Sevilla volvió a verse fuera de la vida cuando parecía rebosar salud. Esa es la triste realidad.

Las malas noticias comenzaron ya antes del partido. El gol de Hernán Pérez y la victoria del Villarreal supusieron una losa mental brutal para que el Zaragoza volviera a ser el de antaño, el de hace solo dos meses, un espectro, una nulidad. Por si fuera poco, Obradovic se lesionó en el calentamiento. El problema es que el avanzar de la noche en Sevilla solo aumentó la sensación de tragedia para un Zaragoza en el que Jiménez, en un palco del Pizjuán por su sanción, buscó parar a Navas con Álvarez en la izquierda y trató de poblar la medular con Apoño por delante de Pinter y Micael. Ni una cosa ni otra funcionaron y Lafita, sustituto de última hora de Obradovic, no estuvo al nivel de otras noches.

Nadie del Zaragoza lo estuvo, la verdad. Es cierto que el equipo salió bien plantado, con cierto aire de querer competir. Fue una sensación pasajera. En el armario estaba el fantasma que hasta no hace mucho deambuló por Primera. Llamó a la puerta y salió. Lo hizo en forma de gol de cabeza en un córner. Es el eterno retorno que vive el Zaragoza, que por aire es una nulidad. Roberto, en su faceta menos lúcida, se quedó bajo palos y Fazio superó sin problemas a Mateos cuando solo se llevaban diez minutos.

A partir de ahí, las malas noticias se multiplicaron. Navas empezó a encontrar una autopista por su banda, Pinter, desastroso, vio la amarilla y Manu del Moral comenzó a aparecer. El húngaro perdió un balón y Manu lo recogió para envolver un regalo que Negredo, que pudo llegar a La Romareda en el 2009 y que desde entonces no hace más que marcar al Zaragoza, mandó a la red antes de la media hora. Es verdad que después Apoño no aprovechó una mala cesión del propio Manu y que Fazio debió ver la roja por un derribo a Postiga, pero por entonces el Zaragoza ya estaba fuera. Mentalmente el equipo y físicamente Apoño, lesionado para que saliera Zuculini y el trivote luciera sin esplendor.

Negredo tuvo el tercero en un centro de Navas, ya dueño de su carril, y el delantero, otra vez de cabeza, no falló en otro centro del menudo y diabólico internacional, aunque es verdad que Roberto no ayudó en nada. El remate era más que parable y el meta no lo atajó. Hay días en que uno está para poco, aunque el portero se redimió al comienzo de la segunda parte con sendas paradas a Manu y Navas cuando el Zaragoza quiso buscar más profundidad con Edu Oriol y descuidó aún más si cabe sus espaldas. Solo hay que preguntarle a Navas.

Lo cierto es que la segunda parte no tuvo historia. El Zaragoza vivió más cerca de Palop y hasta Postiga se topó con el palo, pero también el Sevilla bajó el pistón viendo el partido resuelto y tuvo ocasiones para ampliar la goleada. Roberto lo evitó y no se abrió la herida de muerte de un equipo que está otra vez tocado.