«Es probable que lo que vais a ver no suceda nunca más. Así que disfrutadlo. Es una situación única», dijo Rafael Nadal a los periodistas. Se refería a la final femenina que hoy juegan las hermanas Serena y Venus Williams, pero también a la final de mañana que le enfrentará a Roger Federer. Nadie habría pronosticado un torneo con este final. «Ni podíamos soñarlo», afirmó el exnúmero uno mundial recordando que, solo tres meses antes, él y Federer estaban jugando un partidito de mini-tenis con niños en la inauguración de su academia en Manacor. «Peloteamos un poco y pensamos en hacer una exhibición para recordar viejos tiempos, nunca habríamos pensado que pasaría esto», comentó.

Ocho años después de la primera final que les enfrentó en Melbourne (2009) y que se apuntó Nadal, tras un partido épico también, en el que el tenista suizo no pudo reprimir las lágrimas al final, en una imagen que dio la vuelta al mundo y que parecía el final de la era Federer, los dos colosos del tenis vivirán una segunda juventud cuando el mundo ya les daba por muertos.

Nadal y Federer han renacido cuando peor estaban. El campeón suizo tuvo que parar de jugar tras las semifinales de Wimbledon del año pasado (que perdió con Milos Raonic) para intentar recuperarse de la operación de la rodilla que sufrió un día después de ser eliminado, también en semifinales, en el pasado Abierto de Australia por el intratable, ahora desaparecido, Novak Djokovic. Federer cayó hasta el puesto 17 el mundo, su peor clasificación desde el año 2000.

Nadal también optó por parar al final de temporada para recuperarse de la lesión en la muñeca izquierda que le obligó a retirarse en tercera ronda de Roland Garros. El mallorquín quiso aguantar un poco más para poder jugar los Juegos Olímpicos de Río, su gran ilusión. «El año pasado fue muy duro. Lloré en el coche cuando marchaba de París. Después de mucho tiempo volvía a encontrarme en un gran nivel y todo se vino abajo», recordó Nadal.

Para el tenista manacorí, de 30 años, empezaba un nuevo calvario en busca de la competitividad perdida, que le llevó al final del año a caer al puesto número 9 mundial. También su peor clasificación desde que ganó su primer Roland Garros en el ya lejano año 2005.

Sin rendirse jamás

No se entregó. Nunca ha sido su estilo. Sentía que tenía un gran tenis para seguir compitiendo y se empeñó en demostrarlo. Para eso incorporó al equipo a Carlos Moyá, su amigo del alma, y que recientemente cortó su relación profesional con Milos Raonic. El campeón de Roland Garros (1998) y finalista del Abierto de Australia (1997) podía aportarle una visión externa. «Rafa debe arriesgar sin tener miedo a perder», dijo en una reciente entrevista a EL PERIÓDICO el tenista, antes de viajar a Melbourne para ayudar a su amigo.

Y Nadal ha seguido en Australia esos consejos. Ha sido más valiente con el saque, especialmente con el segundo, ha acortado los puntos como le pedía su equipo para reservar el físico. Se ha concentrado en cada partido como hacía tiempo que no lo hacía y, uno a uno, ha sido más valiente y ha ido mejorando y superando pruebas hasta eliminar ayer a Dimitrov. Le queda rematarlo en la final.

La admiración de Federer

Federer se encontrará mañana en la Rod Laver Arena a un rival muy conocido pero a la vez desconocido. «Soy el primer fan de Rafa. Es un tenista increíble, con golpes que nadie más tiene y capaz de regresar más fuerte después de muchas lesiones», dijo tras clasificarse para la final. Si ayer presenció el partido desde el hotel, como prometió, ya sabe que posiblemente le espera la misión más difícil.

Nadal se presenta rejuvenecido y ansioso de recuperar los grandes títulos. No le importa que el suizo haya descansado un día más. Federer también los busca. Frente a frente estarán dos jugadores que desde el 2003 han ganado la friolera de 31 Grand Slams. De momento Federer tiene 17 y Nadal 14. En juego esta quién de los dos aumentará esa espectacular cuenta de dos colosos del tenis en un escenario y unas condiciones repletas de romanticismo. Ambos han dejado partidos para el recuerdo, como la épica final de Wimbledon 2008. Quizá en Australia veamos la última final de Grand Slam entre dos de los mejores jugadores de la historia del tenis. Ojalá que no sea así.