Solo hay que ver la fantástica respuesta de las aficiones del Real Zaragoza y del Huesca en los dos primeros días de la semana para entender que el del sábado no es un partido cualquiera. El derbi aragonés reúne esta vez una serie de condicionantes muy especiales que han generado esta extraordinaria movilización: los dos equipos están en una posición estupenda para afrontar las últimas nueve jornadas, pelean por un objetivo grande con unas repercusiones económicas y deportivas ingentes, la rivalidad regional se ha disparado por ello y en Zaragoza la procesión de fieles se ha propagado conforme el equipo ha ido completando una resurrección para la historia.

Las circunstancias de este derbi nada tienen que ver con el de la primera vuelta, en el que la Sociedad Deportiva Huesca fue terriblemente superior en el juego y en el marcador. En aquel partido Natxo González perdió el norte castigando a Eguaras con la grada. Ahora lo ha recuperado, entre otras decisiones, por situar la brújula colectiva en el pie del centrocampista navarro. Aquel partido hizo mucho daño al Real Zaragoza, que en El Alcoraz no perdió solamente tres puntos sino toneladas de autoestima y de convicción en el modelo. Le costó tiempo recuperarlas.

A la fase decisiva de la temporada ha llegado, sin embargo, en plenitud. Javi Ros, el primero en tomar la palabra, ejerció de capitán y normalizó el partido. Pero en el vestuario del Real Zaragoza hay unas ganas tremendas de revancha deportiva.