Apareció solo. Él y su mochila negra. Nadie más le acompañaba aquel 12 de junio cuando asomó por la ciudad deportiva del Barça. Llegó Ernesto Valverde y se puso en manos de Carlos Naval, el delegado del primer equipo, quien le enseñó su nueva casa antes de encontrarse con el presidente Josep María Bartomeu y Robert Fernández, que era entonces el secretario técnico, el hombre con más poder en el área de fútbol, el ejecutivo que le fichó. Llegó en silencio dispuesto a entrenar al Barça del tridente, pero vio cómo Neymar volaba hacia París y Dembélé, su sustituto, el jugador más caro en la historia del club, se vestía de azulgrana en los últimos días del mercado.

A su manera, a su ritmo, sereno, pausado, poco estridente pero lleno de sentido común, Valverde ha ido modelando una obra que empezó de la peor manera posible. Con un terrible varapalo del Madrid en la Supercopa en lo que significó, como asumió el propio Gerard Piqué, la prueba de que «por vez primera en los últimos nueve años el Barça era inferior» al equipo blanco. Robert ya no era su jefe, sino Pep Segura. El tridente dejó de existir, los fichajes no aparecían, el club, débil por la pérdida de Neymar, entraba en combustión y el equipo fue zarandeado en el Bernabéu.

EQUILIBRIO / Con las llamas amenazando un proyecto recién iniciado («parecía una hecatombe», llegó a decir Valverde), se fortificó en el interior del vestuario. Para empezar, un mensaje de confianza en lo que tenía, aunque no había llegado todo lo que pidió. «Los mejores fichajes están aquí», proclamó. En silencio, como si no hubiera hecho nada trascendente, transformó el Barça en apenas 100 días, guiándose siempre bajo la premisa de reconstruir el equipo no solo tácticamente sino también en su espíritu. Con Messi como gran aliado. «Entrenar a Leo es un gran alivio», dijo feliz porque la vida con el 10 a tu lado es mucho más cómoda.

Por eso, el técnico modificó el dibujo táctico del Barça inaugurando el inusual culto a la asimetría. Como ya no estaba Neymar y ni siquiera pudo saborear al Dembélé, por su lesión, decidió alterar el plan inicial. Aunque eso provoque daños colaterales como la compleja ubicación de Luis Suárez.

Valverde dejó huérfana la banda izquierda, permitiendo solo la entrada a los laterales okupas: Jordi Alba y Digne. Llegan y se van, demostrando el técnico su capacidad camaleónica para dar nuevas ideas al plan básico. Y tiene una apuesta decidida por la vieja guardia, representada en la confianza extrema con Iniesta, el capitán, a quien dosifica siempre desde la titularidad.

Apenas son 100 días, pero Valverde ha cambiado los partidos con cambios. Y ese talante tranquilo ha sido el mejor paraguas para la junta azulgrana. «Valverde ha enamorado al barcelonismo», dijo eufórico Bartomeu tras los 100 días del técnico. En realidad, lo que ha hecho es relajar y apaciguar el ambiente con astucia y discreción. Una bendición para todos.