Ganar al Éibar en Ipurúa. Empatar contra el Athletic en San Mamés ¿Qué podía ocurrir en el Camp Nou tras ese subidón de adrenalina del debutante, de un Huesca bello y efectivo por partes iguales en las dos primeras jornadas? Ni más ni menos que lo ocurrido, una derrota impactante por su grosor (8-2) pero, sin duda, reflejo de una realidad incontestable: el Barça de Messi es de otro mundo, un grupo plagado de futbolistas con súperpoderes. La paliza es de las que dejarían heridas en cualquier otro equipo, pero el conjunto oscense, pese a que nadie le agrade semejante meneo, perdió el encuentro, en absoluto su ilusión por seguir adelante bajo el guión previsto. Una vez más Leo Franco repitió once y planteamiento, con los que persigue implantar una personalidad que pasa por el balón. Claro que, con el campeón de Liga enfrente, uno de los más perfectas máquinas de cómo hacer de la pelota una obra de arte, no deja de ser una osadía defender esa apuesta. Durante un cuarto de hora le funcióno la lírica al Huesca, que se adelantó en el marcador precisamente con un ataque orquestado con elegancia entre Miramón, Longo y el Cucho Hernández, autor de un gol ratonero e histórico. El 0-1 hizo palpitar a cierta velocidad el corazón romántico de los altoaragoneses, pero el Barça se lo arrancó de cuajo, sin contemplaciones ni tiempo que perder para las dudas. Se lo sacó del pecho a su rival y se lo sirvió en plato con diferentes salsas, con Messi de metre, ofreciendo asistencias de todos los colores y firmando goles con autógrafo.

El 3-2 que condujo al descanso después de que Gallar acortara distancias devolvió una pizca de esperanza a la escuadra de Leo Franco, ya bastante consciente de que a la mínima se le vendría encima lo que había evitado Werner con varias intervenciones al límite. El tanto en propia meta de Pulido y el de Suárez tras consulta del VAR habían hecho pupa. No obstante las nubes de cerrada tormenta se habían posado demasiado cerca del área del Huesca, superviviente en su frágil trinchera. Nada más comenzar la segunda mitad, se desató el tsumani con todo el Barça afilando colmillos y bayonetas en una ofensiva brutal, con Coutinho y Dembele galopando en libertad por un centro del campo por donde Melero, Musto y Moi Gómez perseguían sombras. El equipo oscense se fue descosiendo y a la hora del partido deambulaba ya destripado por el Camp Nou, pidiendo que alguien tirara la toalla por compasión. En cierta forma, el Huesca transmitió una imagen de completa orfandad. Ante la sangría, por momentos daban ganas de sacar el cartel de 'puede herir la sensibilidad del espectador'. Y sin embargo no había en ese fusilamiento un claro gesto de dolor. No, no era un mártir el Huesca ni en instante alguna se le vio transportar más cruz que la incomodidad de no poder participar en el exclusivo festín del conjunto de Ernesto Valverde.

El Huesca salió tiroteado del Camp Nou, con una bolsa abultada de goles al hombro y sin la oportunidad de al menos haberse divertido más allá de esa diana del Cucho. Nada va a cambiar por esta derrota salvo, se supone, los resultados futuros. Su idiosincrasia le empuja a jugar al fútbol como Dios manda y con esas velas desplegadas de buen gusto, atrevimiento y criterio va a seguir luchando por la salvación. En Barcelona no tuvo respuesta con tantos dioses de por medio y Messi sentando en el trono del olimpo blaugrana. Volvió a la tierra aunque en verdad nunca ha despegado de ella. Ahora le espera, por fin, El Alcoraz.