Subió ayer Cristiano Ronaldo en un ascensor por el corazón de la Torre Eiffel en busca de su quinto Balón de Oro, al que acunó «orgulloso» porque le colocaba en lo más alto, mirando a los ojos de Leo Messi, el único jugador que había alcanzado esa utopía. «Es un gran momento de mi carrera, espero que la batalla con Messi continúe», proclamó feliz la estrella blanca, escoltada por lo símbolos de su club (Raúl, Ronaldo, Roberto Carlos) y Florentino Pérez, el presidente madridista. «Desde que era un niño sabía que tenía algo especial», contó luego Dolores, su madre, en presencia del delantero portugués, que no paraba de mirar a esa pelota dorada que acabará reposando en su casa de Madrid.

El Barcelona, con solo una Champions llegando al Museo del Camp Nou en los seis últimos años, no ha podido acompañar a Messi, uno de los mejores, por no decir el mejor futbolista de la historia. Además, el Madrid ha logrado tres copas de Europa en los cuatro últimos años guiado por el gol de Cristiano, provocando ese desplome de la estrella argentina, que solo ganó el Balón de Oro del 2015, el del Barça del tridente, el del Barça del triplete. Antes, nada; después, tampoco. Y con el mejor Messi, capaz de reinventarse a diario, ofreciendo recursos a su juego que no se le había visto, no basta.

De un contundente 4-1 a favor de Messi se ha pasado a un equilibrado 5-5, coincidiendo, curiosamente, con la aparición del tridente en el Camp Nou. A Cristiano, y aunque parezca mentira, le ha venido de maravilla porque ha logrado cuatro de sus cinco pelotas doradas en el último lustro. Así, con un acelerón espectacular y arropado por la conquista de tres Champions, dos de ellas consecutivas, el portugués se ha instalado en la cima del podio compartiéndolo con el genio del Barça. De nuevo, se miran a la cara, por encima de las estadísticas indivuales firmadas por cada uno de ellos. No ha importado siquiera el estrepitoso bajón en el rendimiento que ha tenido el delantero blanco en la Liga. Cristiano solo lleva dos goles; Leo, mientras, suma 13 tantos.

Junto a la Torre Eiffel estaba ayer el otro jugador que ha tiranizado hasta límites insospechados el fútbol mundial en la última década. No existen precedentes de una dictadura de tal calibre. O Messi. O Cristiano. No hay más futbolistas capaces de colarse en ese duelo legendario que perdurará por los siglos de los siglos. Ellos, año tras año, siguen gobernando. Solo cambia el orden. Antes era primero Leo; ahora, en cambio, es Cristiano. «Me siento muy contento, es algo que deseo y busco cada año», proclamó el portugués. «¿Irme al Paris SG? No, estoy feliz en el Madrid, me quiero quedar. Si es posible, me gustaría acabar mi carrera en el Madrid», dijo el portugués.

NEYMAR, TERCERO / Cristiano y Messi se han adueñado de las dos primeras posiciones. El tercer puesto rota sin parar. Siempre cambia de protagonista. No hay nadie intocable ahí. Basta mirar la increíble caída de Griezmann, que ocupó el tercer escalón del podio en el 2016 y ahora es decimoctavo. Este año es Neymar quien escolta a los dos dictadores del Balón de Oro. Va y viene el brasileño, asomándose como una potencial amenaza, pero no termina de acercarse de verdad

En su época azulgrana, Neymar fue tercero (2015), quinto (2016) y ahora, de nuevo, se encarama al tercer lugar (2017), pero no puede destronar a los verdaderos amos del Balón de Oro. «Neymar y Mbappé tendrán la oportunidad de ganar un Balón de Oro», dijo Cristiano, pidiéndole paciencia a ambos.

Al Barça, por su parte, se le agota la paciencia porque debe asumir su más que evidente declive porque ha perdido protagonismo en el escenario mundial. Solo ha colado a un jugador entre los 10 primeros. ¿Quién es? Messi, claro. Hasta Luis Suárez cae hasta el decimotercer puesto. El Madrid ha colocado a tres: Cristiano, el ganador; Modric, quinto, y Sergio Ramos, sexto y primer jugador español en aparecer en esa lujosa relación.

«La clave es seguir con esta motivación. Cuando te despiertas y te da la vida jugar, es lo mejor», gritó Cristiano. Así se siente también Messi, o eso dice, retroaliméndose ambos en una batalla a la que no se le adivina fin.