Los entrenadores son los ideólogos del fútbol, los jugadores los artistas y los aficionados, el alma, corazón y espíritu de este deporte. El que va a la grada lo hace por vocación y sentimiento, dispuesto a entregárselo todo a los suyos con su respaldo y, en los grandes días, ofreciendo todavía un plus creando atmósferas imponentes y que imponen al adversario. Los seguidores no marcan goles. Pero sin marcarlos, sí que los marcan. Los cánticos, el aliento, el ruido y la presión ambiental hacen sentir incómodo al equipo visitante e influyen, para bien, en el estado de ánimo del jugador local: ese clima mágico de las tardes con hechizo vigoriza, refuerza, activa, hace que el jugador dé ese punto extra que puede marcar la diferencia.

Antes del derbi aragonés, Javi Ros lo expresó con una rotunda sencillez. «Nuestra afición puede marcarle un gol al Huesca. Ese plus es la suerte que tenemos y que otros no tienen». Ayer, Lasure, con esa moderación de la que ha hecho marca en su irrupción en el primer equipo, opinó en la misma dirección. «Nuestra afición es un impulso muy fuerte, un factor diferencial, determinante».

El sábado, el Real Zaragoza vuelve a jugar un partido grande contra el Sporting, decisivo en la pelea por el playoff. El ambiente volverá a ser estupendo. La Romareda estará a la altura. El primer gol será suyo.