De 10 en 10. Los grandes, aquellos que escriben la historia, son así de portentosos. Si Rafa Nadal se presentó en París tras ganar 10 veces en Montecarlo y 10 veces en Barcelona, para llevarse su décimo Roland Garros, Valentino Rossi, cuya última victoria data de hace ahora un año en su décimo triunfo en Barcelona, se presentaba en Holanda, la catedral del asfalto como París lo es de la tierra batida, para ganar su décimo Assen y, 356 grandes premios después de su debut, 22 años después de ver apagarse el primer semáforo en Malasia-1996, presentar su candidatura a su décimo título mundial, que se le resiste desde hace ocho años.

El Gran Premio de Holanda lo tenía todo, todo, para que el Doctor volviese a la senda de la victoria, reviviese todos y cada uno de sus momentos celestiales y demostrase que, de nuevo, puede seguir codeándose con las dos generaciones de campeones que le preceden. Lo tenía todo porque estamos en Assen, uno de sus escenarios preferidos. Porque, ¡por fin!, tras tanto ganar y brillar su compañero de box Maverick Viñales («claro, ganaba Maverick y los jefes no se creían que esta moto no era tan buena como decía yo; en cuanto me han dado un chasis nuevo, he vuelto a vencer»), Yamaha acabó haciéndole caso a él. Y porque a río revuelto (lío de neumáticos, diez candidatos al triunfo, seco y mojado, lluvia y/o chirimiri….), ganancia de Valentino Rossi, el mejor pescador en aguas turbulentas.

MÁRQUEZ LO SUPO PRONTO / Hasta Marc Márquez, actual tricampeón del mundo, el único piloto capaz de hacer volar a esta Honda, se lo dijo el sábado a su ingeniero de pista, Santi Hernández. «Gana Vale. He ido detrás de él tres vueltas y el nuevo chasis le permite ser tan bueno, o más, que nosotros en la entrada y paso por curva. Estamos muertos, han vuelto a dar un paso adelante más». Y sí, a Rossi se le notó como un niño con zapatos (traje) nuevo. Desde la salida se le vio mandón. Y, al final, noqueó a Johann Zarco (Yamaha), superó a Marc Márquez (Honda) y soportó el acoso de Danilo Petrucci (Ducati) y Andrea Dovizioso (Ducati), nuevo líder del Mundial.

«Antes de empezar la carrera, he mirado el televisor que había en mi box y he visto que Movistar GP ponía un cartel en la pantalla que decía Rossi no gana desde hace un año. Y he pensado: ‘Se lo van a tragar’. En broma, ¿eh?». No sé si en broma, Rossi sabía que a Dovizioso (noveno en parrilla), Viñales (11º), Pedrosa (12º) y Lorenzo (21º), les sería difícil llegar al grupo. Sabía que se la jugaría con Zarco y Márquez. Y sabía (de eso también se dio cuenta pronto Marc), que su Yamaha es superior a la Honda del campeón, que sobrevive en la lucha por el título porque el nen de Cervera le mete todo lo que tiene y más.

Así que dejó que Zarco, pura ilusión y empuje, llevase el peso en la primera parte, con Márquez jugándose el tipo («no me he caído dos veces de milagro, demasiado riesgo para estar con ellos») y los demás, los perseguidores, sacando la lengua. Por eso se cayó el líder, Viñales, «porque, cuando sales tan atrás, debes plantearte la carrera al esprint y asumes demasiados riesgos». Cuando faltaban 16 vueltas, al final de recta (pura velocidad), el Doctor fulminó a Zarco. En el siguiente giro, en el mismo sitio, superó a Márquez. Y a continuación se enteró de que se había caído MVK. Misión casi cumplida.

Eso sí, antes Rossi debería llevarse dos sustos mayúsculos. Por ejemplo, de ese francesito que parece que no haya roto un plato y ya suma dos títulos de Moto2 y un montón de atrevimientos en su primer año en MotoGP. Fue Zarco, sí, quien volvió a embestir a Rossi cuando, al enderezar su Yamaha satélite, golpeó la nalga derecha de Vale, desequilibrándole. Rossi salvó la caída y, al final, enseñó al mundo el neumático marcado en su muslo. «Pienso enviarle la factura de mi nuevo mono a Johann, que aún no ha aprendido que esto no es Moto2 y las distancias son otras».

El polizia Petrucci también trató de juguetear con Rossi en los últimos giros, sin suerte. «Vivo, me entreno, me sacrifico, me muero por el placer de vivir estas cuatro horas de domingo». Y se le nota. Por eso sigue ahí, 22 años después.