Imanol Idiakez ha elegido una ruta atrevida, valiente y arriesgada para que el Real Zaragoza sea dintiguido en el campo y se distinga en la clasificación. Como los antiguos aventureros del banquillo, ha incluido dos delanteros en las alineaciones, Marc Gual y Álvaro Vázquez, y otro con alma de atacante, Jorge Pombo. La afición está encantada y el equipo ha adquirido una tremenda personalidad con esas tres bayonetas. ¿Es lo mejor luchar a campo abierto todas las batallas en una guerra que se gana en las trincheras? La decisión del entrenador tiene componentes racionales. En absoluto se desliza hacia el capricho o la pose. Dispone de futbolistas para afrontar los partidos a pecho descubierto siempre que James Igbekeme apadrine la criatura y a la espera de que e Íñigo Eguaras se sume a la columna de intendencia como chef de todo lo que se cuece. Ahora bien, sería muy conveniente que, antes de partir hacia el frente con todas las de la ley, las armas estuvieran en perfecto estado de revista. Y no es el caso aunque lo parezca tras la bruma del entusiasmo generalizado, de las alabanzas no exentas de verdades como puños ni tampoco de un cariñoso desenfoque forofo.

El Real Zaragoza estrenó capa y espada nada menos que contra el Las Palmas, un tridente romántico para uno de los duelos más complicados. Lo que parecía un experimento puntual descubrió a un conjunto felizmente temerario al menos durante la primera parte. En el Carlos Tartiere fue la bomba. El conjunto aragonés mostró en todo su esplendor ese programa de frontal embestida. No ocurrió lo mismo en Almería, donde, acentuadas por la lesión de Igbekeme, asomaron algunas de las imperfecciones encubiertas por un buen partido y por otro majestuoso. Idiakez tendrá que entrenar este sistema para ir limando asperezas, pero por encima de todo regularizar la producción de Gual y de Pombo en el acompañamiento a Álvaro Vázquez, cuyo rendimiento no se discute aun en la sombra: es el pie que mece la cuna ofensiva.

Gual, con aportaciones más que notables en el trabajo grupal y una pierna-gatillo, no es feliz. No solo por su negación con el gol, oficio para el que no fue contratado en exclusiva, sino porque persigue su lugar sin hallarlo con plenitud, en muchas ocasiones carente dentro del área de la energía y la decisión que gasta en la pelea por barrer la zona para sus compañeros. Destapó su enojo contra sí mismo tras ser relevado en los Juegos del Mediterráneo, consciente de que todavía está lejos de una participación más completa, no tan intermitente. Pombo siempre es caso aparte. Corre camino del Everest con un arranque de temporada estupendo, liderando las transiciones, generoso en todo tipo de esfuerzos. Su talento va recubriéndose de madurez y gestos competitivos. Sin embargo, en esa escalada profesional se detiene de vez en cuando a contemplar los paisajes y pasajes del niño que aún lleva dentro, conduciendo la pelota un giro más de lo necesario, enfurruñándose a destiempo...

Si ese ese trío consigue la armonía, el Real Zaragoza apuntará muy alto. Si no es el caso, Idiakez tiene una batería considerable de argumentos para continuar con su propuesta dominante sin renunciar a nada. Situar a Pombo junto a Álvaro, donde el zaragozano explota mejor sus cualidades, y añadir a Alberto Soro como eslabón más adelantado del rombo, por ejemplo, por lo menos hasta que Gual se aclimate a desenvolverse con más naturalidad con tanta gente alrededor. ¿Soro? Sí, Soro. El chico enamora, pero la belleza de su fútbol no le abre la puerta de par en par, mantenido en una burbuja de desmesurado proteccionismo. En cualquier caso, y respetando los tiempos del cuerpo técnico y de un tridente que puede evolucionar sin desarmarse de la titularidad, Soro debería ser el primer cambio y no el último (que ya se quede sin jugar es imposible de digerir). Buff y Papunashvili están por delante del ejeano, un par de futbolistas con elegantes maneras de seducir el ojo del espectador con bonitos trucos que aportan más entretenimiento que rendimiento cierto. El suizo ha quemado su etapa, chamuscado por un ritmo que le supera, y la zurda del georgiano, de la que saca golpeos geniales y regates de patio de colegio, es carne de banquillo mientras no corrija su evidente inadaptación Ambos, en el arsenal zaragocista, figuran en el estante de las pistolas de agua ¿Soro? Soro es el cuarto mosquetero... O el tercero en la ruta valiente de Idiakez.