Como es un ritual conocido y demasiado repetido en la historia reciente del Zaragoza, la salida de Luis Milla tuvo elementos comunes con otros episodios más recientes. Despedidas y abrazos por doquier, caras de solemnidad, que en el lado del director deportivo, de Narcís Juliá, iba más allá de eso durante la rueda de prensa que ofreció, demostrando estar muy tocado anímicamente. La mañana, los 45 minutos que separaron las diez y las once menos cuarto en la Ciudad Deportiva, fue de procesión y reuniones antes que la plantilla empezara a trabajar a las órdenes de Andrés Ubieto, preparador físico y en los últimos tiempos también hombre de urgencia para estas situaciones de interinidad entre la salida de un entrenador y la llegada de su sustituto.

Juliá, su adjunto, Albert Valentín, y Luis Carlos Cuartero, director general, llegaron los primeros y entraron en el vestuario de la plantilla. No tardó en arribar a las instalaciones el cuerpo técnico saliente, en el mismo coche, tanto Milla como sus dos ayudantes, Luis Cembranos y Miguel Gandía, para entrar también en ese cónclave tras un cariñoso saludo con el delegado, Alberto Belsué, el propio Ubieto y los responsables de comunicación.

Milla se despidió de la plantilla durante poco más de cinco minutos y después salió acompañado del vestuario por sus ayudantes y por Cuartero, Juliá, con un último gesto de aprecio hacia el turolense, y Valentín, que no tardaron en volver a entrar mientras el hasta el domingo entrenador del Zaragoza y su cuerpo técnico se iban al despacho del preparador del primer equipo en la Ciudad Deportiva para terminar de recoger sus pertenencias.

Ahí Juliá, Cuartero y Valentín sí se quedaron con la plantilla —médicos, fisios y recuperadores salieron fuera—. Y el director deportivo explicó después lo que les dijo a los futbolistas: «El mensaje en estos casos es muy pragmático, muy práctico. La circunstancia es la que es y les dije que sigan confiando en ellos mismos, en la capacidad de creer en ellos mismos y en salir a competir cada domingo. Es lo mismo que le voy a pedir al entrenador que venga, tener confianza en este grupo de jugadores. Eso sí, más cosas que les haya dicho quedan entre nosotros», dijo Juliá sobre esa reunión con los futbolistas. En todo caso, el director deportivo estaba ayer con menos ganas de explicarse que de costumbre, lo que seguro que también se notó en el cónclave de la plantilla, que fue bastante breve.

Cuando se marchó el director deportivo del vestuario de los jugadores, estos aun permanecieron unos minutos más, no más de diez, saliendo a ejercitarse poco antes de las 10.45, con gesto serio todos, sin que hubiera un espacio para la sonrisa.

Los titulares ante el Valladolid, menos el meta Ratón, tomaron la dirección del gimnasio, mientras que el resto, incluidos el propio guardameta y el jugador del filial Rai, que todavía no ha podido debutar al no tener toda la documentación para ello, se pusieron a las órdenes de Ubieto, en una sesión que empezó con una suave carrera y continuó con rondos, donde el gesto de solemnidad y los rostros serios, con solo tímidas sonrisas durante la propia actividad, no abandonaron nunca el trabajo de los futbolistas.

Mientras, Juliá, acompañado por Valentín, en un discreto segundo plano al final de la sala de prensa, explicó a los medios en solo seis minutos la decisión tomada y el perfil del entrenador a buscar. Lo hizo con gesto serio, casi con atisbos de emoción y con un rostro donde sí se adivinaba de forma clara la incomodidad del momento. «Destituir a un entrenador no es agradable ni fácil. Me ha resultado muy difícil, es un día complicado», dijo el máximo responsable deportivo. Aceptó preguntas, solo tres, avisando antes que no iba a entrar en ninguna valoración de tipo deportivo, denotando una clara incomodidad en su presencia y muchas ganas de acabar una ceremonia de despido tan rutinaria ya en el Zaragoza.