El Whitney Museum de Arte Moderno pasa desapercibido en Nueva York. Situado entre Central Park y Park Avenue, no puede competir con el Guggenheim o las Frick y Neue Collection, y mucho menos con el MOMA. Su propia sede, un bloque de hormigón crudo sin la menor concesión ornamental, se presenta a la vista con una austeridad feroz. Y, sin embargo, lo que en su interior sucede tiene mucha importancia. Comenzando por sus fondos estructurales, con grandes nombres de la abstracción y el expresionismo americano, Calder, Hopper, Pollock, y siguiendo por su Bienal, que acaba de inaugurarse con tres salas repletas de explosivas propuestas.

Seleccionadas, en número de un centenar, por tres comisarios independientes, en los que el patronato del Whitney ha confiado para la presente edición: Stuart Corner, un experto londinense ahora radicado en NY; Anthony Elms, residente en Filadelfia, y Michael Grabner, otro especialista procedente de Chicago.

Entre los tres han conjugado un explosivo viaje por la creatividad más extrema, expresada en los más diversos soportes, desde el tradicional óleo, cartón o papel, hasta vanguardistas manifestaciones de performances, screemings o talks, algunas de las cuales empatizan con la implicación del público. Entre los cortos, algunos resultan muy novedosos, como el que describe la vida en un barco pesquero a través de los ojos de un pez. Otros son bastante más violentos, como ése que filma el atropello de un niño y cómo los turistas fotografían el accidente con una morbosa atracción, como si la vida, en su aspecto más cruel, les proporcionase un ameno espectáculo; o aquél otro en el que dos mujeres desnudas combaten entre sí con movimientos que recuerdan a la lucha japonesa. El sexo es un elemento omnipresente en la Bienal. Las relaciones homosexuales tienen una destacada presencia, y hay otras muchas ideas y propuestas en la Bienal, no todas necesariamente provocativas. La literatura y el cine interactúan constantemente con las piezas artísticas, confiriendo al lenguaje la virtualidad de un espejo interior capaz de reflejar las secretas intenciones del artista.

De creadores como Alma Allen, Molly Zuckerman, Darren Bader o Donelle Woolford...Nombres que aquí no dicen aún nada pero que en Estados Unidos comienzan a cotizarse con muchos ceros.