Los nervios. Malos consejeros. A veces hay que contar hasta tres. O morderse la lengua. O calcular las pedaladas. Nairo Quintana, y siempre con permiso de Simon Yates, el nuevo líder, avanza en la Vuelta con el genio de hace dos años, cuando se impuso en la carrera. Es un Quintana que corre siempre, incluso muchas veces estando mejor el compañero, con Alejandro Valverde a su lado. Es un Valverde que ya ha dejado claro que no piensa en el Mundial. Solo en Madrid. Y que, tras el paso por Les Praeres, territorio asturiano, meta de la 14ª etapa, sigue estando en los puestos de honor; nada menos que segundo y que, posiblemente, sin la precipitación citada, podría haber logrado el triunfo en un puerto, mejor dicho, más que un puertaco, lo siguiente...

Llegaba Les Praeres, una cuesta infernal de 4 kilómetros, a cual peor, y los últimos mil en un terreno que ni era asfalto, ni era tierra, pero nada recomendable para batallar allí con una bici de carretera. Era una subida para ir atento, sin precipitarse, tal como hizo Yates, guardando fuerzas, porque el mínimo error condenaba al fracaso. Steven Kruijswijk, tal vez el ciclista con el nombre más complicado de pronunciar y escribir, quiso ser demasiado valiente. Pero los cementerios, también de los ciclistas, están llenos de cruces de valientes.

Valverde, más calculador, sabedor que podía neutralizar al corredor holandés, prefirió superar la fase inicial a rueda de su compañero ecuatoriano Richard Carapaz. Nairo Quintana, por su lado, subía vigilando. ¿Pero a quién? ¿A Yates? ¿A Superman López? Ese era el dilema.

La ascensión a Les Praeres se enfocó, por parte del Movistar, sin dejar realmente claro quién era el jefe de filas. ¿Valverde que tenía un marco excepcional para ganar la etapa y ponerse líder con Jesús Herrada, del Cofidis, descolgado desde muchos kilómetros antes? ¿Quintana, que puede ganar la Vuelta, pero que para ello debía ser más cerebral?

La subida parecía controlada por un Valverde que, sorprendentemente, no la conocía. Y fue, entonces cuando se movió Quintana, cuando Superman salió a su marcaje. Cuando Yates se quedó quieto —quedaba mucho— y cuando un joven de 23 años, un diamante, Enric Mas, subía con los mejores, sin arrugarse y, encima, tal como reconoció, «disfrutando de la subida, de las cuestas y hasta de mis amigos, a los que vi a mitad del ascenso».

Los dos corredores colombianos se vigilaban demasiado, al enemigo, ni aunque sea de tu país, ni agua. Y, por detrás, Valverde debía ser cauto, no podía moverse, no podía realizar acción alguna porque perjudicaba a Quintana. «Tal vez se me ha escapado la victoria. Quintana ha hecho lo que ha podido», afirmó el murciano. Nairo pagó el esfuerzo. Fueron unos pocos segundos. Pero llegó a la meta por detrás de Yates, Superman, Valverde e incluso Pinot. Y cruzó la línea de llegada con la duda de saber si sus movimientos no privaron a Valverde de un tercer triunfo en la Vuelta.