Los jugadores del Málaga lo consideran un líder y le profesan un gran respeto. Aseguran que no hay mejor lección futbolística que estar pendiente de Míchel en el descanso de los partidos, cuando el resultado se ha torcido en la primera parte, cuando es necesario remontar. Todos escuchan atentamente, él habla y consigue convencerlos hasta el extremo de que en las segundas partes el equipo andaluz resurge, como ha ocurrido en varios encuentros.

José Miguel González Martín del Campo (Madrid, 1963) llegó al Málaga en el último tercio de la temporada, tras los pasos fallidos de Juande y Marcelo Romero, y ha conseguido salvarlo y algo más. La casualidad, que en esta ocasión ha tomado sus decisiones con dosis extra de capricho, ha hecho que Míchel sea el mejor aliado, tal vez el único, que le queda al Barcelona. Un madridista de cuna para impedir el título que tanto desea el Real Madrid.

El jueves, Míchel reunió a la plantilla en una comida que llevaba semanas aplazada. Es un líder sólido y carismático, repiten en el vestuario, pero también alguien que dirige de manera estricta e impone disciplina cuando hace falta. Lo saben bien los jugadores a los que les ha sonado el móvil en un momento inoportuno. Está terminantemente prohibido enviar un whatsapp inmediatamente antes y después de los entrenamientos, así como justo antes y después de los partidos. Es la ley del silencio para fomentar la piña de la plantilla y ahuyentar las distracciones.

La ley de Míchel, el técnico que, según personas de su entorno en Málaga, se muere de ganas por derrotar al Madrid; la gran paradoja de un madridista acérrimo. Hace unas semanas, cuando ya se intuía que el partido de La Rosaleda podría ser decisivo para el desenlace del campeonato, José Ramón de la Morena le preguntó por esta repetición de la historia, por aquellos enfrentamientos de hace un cuarto de siglo, cuando otro merengue, Valdano, arrebató dos Ligas con el Tenerife a un Madrid en el que precisamente jugaba Míchel. «Hay una gran diferencia», contestó el técnico del Málaga, «y es que yo soy mucho más madridista que Valdano».

También dijo que, como hincha blanco, prefería «hacerle el pasillo y no la puñeta» al Madrid. No se imaginaba, o no quería imaginarse, que su Málaga sería el juez de la Liga, pensaba que todo estaría resuelto y le quedarían lejos los torbellinos mediáticos que se han formado esta semana en torno a su persona. Los ha espantado con contundencia. No a las entrevistas, pese a las múltiples peticiones, algunas de periodistas de los que es muy amigo. «A lo nuestro», es todo lo que ha manifestado -vía Twitter, con una foto en la que aparece él en un entrenamiento-.

El jueves la plantilla del club andaluz pagó la comida con el bote reunido con el pago de las multas impuestas por el técnico; concretamente hay tres motivos de sanción. El principal, saltarse la prohibición del móvil. El que no lo ha apaga, paga. Después, por el sobrepeso; el que come de más y engorda también paga. Finalmente, por llegar tarde al entrenamiento.

Míchel siempre ha deseado entrenar al Madrid. Ha pasado por el Sevilla, el Olympiakos, el Marsella. Aunque él poco o nada dice, todos saben que no guarda simpatía por Florentino Pérez, porque con él al mando jamás ha tenido la ocasión de entrenar al equipo con el que triunfó como futbolista: 13 años, con 6 Ligas, 2 Copas de la UEFA y otras 2 Copas del Rey. No ganó la Copa de Europa, espina clavada del Madrid de la Quinta del Buitre. Buen amigo de Pep Guardiola, lo admira y a menudo lo cita en sus charlas de vestuario. «Precisamente porque tiene mucha ambición no pasa por su cabeza no salir a ganar al Madrid. Ni se lo plantea», añade uno de sus colaboradores.