Fueron los años 80 los que marcaron fundamentalmente a José Luis Abós el camino que iba a seguir, en ese ciclo en el que el baloncesto creció en Zaragoza a una velocidad inimaginable gracias fundamentalmente a José Luis Rubio, fundador de ese Club Baloncesto Zaragoza que sería conocido como CAI en todo su esplendor. Rubio, eterno presidente, vivió el crecimiento de Pepelu Abós desde que jugaba en las canchas de Helios y compartió su éxito final desde la amistad.

"Lo recuerdo cuando tenía 15 o 16 años como jugador, pero fundamentalmente como entrenador. Empezó muy joven, con 19 años aproximadamente. Era segundo entrenador de un equipo infantil que fue tercero de España y a la siguiente temporada ya cogió el equipo júnior que fue campeón de España en el 84. Al año siguiente también fue campeón en Bilbao, y al siguiente subcampeón. Su carrera como entrenador ya se vislumbraba", cuenta Rubio, que no ha olvidado la última vez que se reunió con el exentrenador del CAI: "El 21 de junio celebramos el 30 aniversario de aquel primer título júnior todos juntos en una cena, con Zapata, Capablo... En aquel momento ya tenía la enfermedad y lo sabía, pero no dijo nada. Estuvo maravilloso, nos reímos y nos divertimos".

La personalidad de Abós se convirtió posteriormente en la llave que le dio el triunfo, "sobre todo su fe y la confianza que tenía en sí mismo. En este mundo tan difícil, él fue capaz de seguir su sueño. Cuando uno tiene un puesto de trabajo como él en la General Motors, donde también tenía futuro, no es fácil dejarlo. Pero él lo hizo"

Esa etapa que pareció más gris le sirvió para seguir forjando su sueño. "Ha hecho por el baloncesto todo lo que se puede hacer. Destacó sobre todo por esa fe, pero también por la humildad. Ahora podía entrenar a cualquier equipo a nivel europeo, me consta que había tenido alguna llamada... Fácil no ha tenido nunca nada. En Zaragoza, y todos los que somos de aquí lo sabemos, con quienes más exigentes somos es con los nuestros, a los que no les pasamos nada".

A Rubio le duele porque "no se lo merecía" y ahora "iba a disfrutar del éxito y de las cosas que podía aportar aún al baloncesto. 53 años para un entrenador de nivel es casi como decir que estaba empezando. Él supo mantener siempre la ilusión pese a que lo pasó francamente mal".