La CUP ha puesto o propuesto sobre el tapete poselectoral catalán la idea de una presidencia coral y he aquí que, una vez más, la naturaleza, como ya transgredía Oscar Wilde, ha imitado al arte.

A Junts le hubiera gustado más una propuesta triunvírica de la CUP, a lo romano, o trinitaria, a lo cristiano, con Romeva a la derecha del padre Junqueras y Mas transmutado en espíritu, nada santo, de la fe verdadera, pero lo único que los radicales de Baños tienen claro es que quieren un coro, no un solista del poder.

La última vez que vi en acción un poder coral fue en la Isla de Pascua, en su Consejo de Ancianos, donde las etnias rapanuis se representan en pie de igualdad. No hay allí santón, chamán, mandarín, patriarca ni presidente que valga. A lo peor, los indígenas catalanes acaban imitando a los australes y se recomponen en Consejo, Círculo o Tabla Redonda, en un proceso asambleario, en fin, que atomice en taifas la ya atomizada asamblea del voto y acabe volviendo locos a los propios asambleístas, alucinados en las urnas y desnortados en la negociación.

Mientras Cataluña avanza hacia la coralidad, y para salir de su ensimismamiento y entrar en otro, voy concluyendo la lectura de la última novela de Cristina López Barrio, Tierra de brumas (editorial Plaza&Janés).

Una excelente narración --coral, muy coral--, protagonizada por una saga de mujeres gallegas y cubanas, de tataranietas a nietas, de la emigración al presente, de las antiguas colonias a las metrópolis. La independencia de esas mujeres, como personajes originales y, a la vez, representativos, se nutre de sus espíritus libres y de una escritura, la de López Barrio, intensa y personal, con ecos de paraísos del realismo mágico, como el Macondo de García Márquez, pero pura, pero suya.

El rico fraseo musical de Tierra de brumas y su ámbito claustrofóbico de bosques y aldeas, meigas y casonas de piedra traslada al lector a un melodrama de sangres, a una pugna entre familias, los Lobeira, los Novoa, cuyos destinos parecen tan entrelazados como las hiedras que tapizan las fachadas de sus viejos palacios. Amores sobre el devenir de los clanes, pero también esa materia sutil de la memoria omnisciente que enaltace cada recuerdo, cada trasluz, palabra, mota de polvo, hacia una exaltación del arte literario (y coral, como les decía).

No confundir coral con corralito.