La primera noticia sería que el Zaragoza ganó y se ha quedado a una victoria, quizá solo a un punto, de jugar el playoff. Parecería el asunto hecho vista la clasificación. No lo es tanto si se entiende que el último partido en Barcelona es una trampa mortal. Los chicos de la masía han demolido con el balón en los pies a dos de los mejores equipos de Segunda, el Sporting y el Cádiz, en ocho días con los que han puesto en alerta a todos los que le acompañan en el empeño de la permanencia. De paso al zaragocismo, que tiempo atrás bien pudo dar por hecho un final tranquilo en el Mini Estadi. Lo será solo si las hordas de Papu, Pombo y Borja tumban el domingo al Valladolid. Y aun así andará pendiente de quedar en este puesto o aquel, por aquello de los partidos de vuelta en casa.

La otra noticia, notición en La Romareda, es que un futbolista del Zaragoza marcó tres goles. Sí, sí, tres. Un triplete, un hat-trick, un tresdoble o como demonios le quieran llamar. Hacía una docena de años que no se veía tal cosa en el coliseo aragonés. Ni en Primera, ni en Segunda, ni en la Copa, ni en el entrenamiento del día de Reyes para los niños... Fue un príncipe, Diego Milito, el que lo hizo. Marcó cuatro, de hecho. Ya se sabe la fecha, la del 6-1 al Madrid, el 8 de febrero del 2006, la noche dulce que dejó una insospechada condena para el gol zaragocista. Doce años han pasado, una barbaridad, sin ver a un jugador redondear una tarde que se entiende común entre los depredadores de área.

Así ha sido, sin embargo, un poco por casualidad, otro poco más porque el nombre de los delanteros cambió. David Villa, que también le hizo cuatro al Sevilla en una tarde de Primera un par de años antes, y Yordi, autor de tres dianas en un 5-2 al Elche que encarriló el ascenso del 2003, habían precedido al argentino. Luego llegarían braulios y sinamas, además de ese arsenal de despropósitos que ha tenido al Zaragoza más años en Segunda que en Primera desde que se marchó el Diego.

Cualquiera hubiese dicho que, si tocaba este año, el premio triple sería para Borja Iglesias, heredero digno de la estirpe de arietes que siempre dominó en La Romareda, de Marcelino a Milosevic. de Pichi Alonso a Esnáider, de Murillo a Rubén Sosa. Al gallego le ha negado el fútbol, de momento, el placer de llevarse un balón a casa. Cinco veces ha estado bien cerca, pero el regalo le cayó a Papunahsvili, el georgiano que ha llegado como un cañón al final de la temporada. Marcó un golazo y aceptó los dos obsequios de Pombo, que iban para empujar. Jugó un partidazo, por cierto, el zaragozano, activo y fino como hacía semanas. Enorme noticia.

Aire fresco para este final de temporada donde el Zaragoza necesitará a los tres puñales que marcan y reparten. Papu se lo dio a Zapater aunque fuese sin querer. Borja se la había dado al georgiano y luego quiso obsequiar a Pombo, tan generoso él que el gol se fue al limbo. Antes, eso sí, había dado el pase del primero, cuando Pombo arrastró y el golpeo del zurdo voló a la escuadra. Quería llevarse el balón a casa. «Nos obligó a firmarlo a todos», desveló Verdasca, un rato después de que La Romareda atronara coreando el nombre de un chico de Tiflis que una tarde de mayo del 2018 entró en la historia del Zaragoza. Bienvenido sea.