Nada más aparecer el jueves en Motorland, Valentino Rossi (Yamaha), de 38 años, nueve títulos, 115 victorias, 226 podios, 360 grandes premios, se vio obligado a responder varias veces a la misma pregunta: por qué estaba allí. ¡Tremendo!, el icono del motociclismo, el rey de reyes, el atleta que, en 21 días, se había recuperado de una doble fractura de tibia y peroné, el piloto que arriesgaba su vida y prestigio volviendo 20 días antes de lo sugerido por los doctores, debía dar explicaciones. «¿Qué por qué estoy aquí? Porque amo mi profesión. Soy piloto y correr es lo que más amo en esta vida. El día que no tenga ilusión, me quedaré en casa».

Y, cómo no, los motivos que justificaron el precipitado regreso de Vale empezaron a llover sobre el paddock de Alcañiz. Uno, el negocio: Rossi ingresa más dinero vendiendo gorras, camisetas, bufandas, chaquetas, cascos… que corriendo, que de lo que cobra de Yamaha, de Movistar, de los cascos AGV. Rossi es una multinacional, así que regresaba para hacer caja en los alrededores de Motorland. El Doctor volvía, decían otros, porque tiene mono de popularidad, porque le encanta y quiere ser el centro del Mundial, casi del mundo. Y lo logró, sí. Como siempre.

Los hay que apuntan que vuelve para preparar, cuanto antes, su moto del 2018, cuyo chasis ya estrenó, en Misano, hace algunas semanas y pilota ahora. Pero Rossi también volvía para correr, pese a que, nada más entrar en la sala de prensa dijo que él ya no puede lograr su sueño este año: el décimo título. «El cetro será para Marc, Andrea o Maverick». No dijo, claro, que regresaba antes de hora, para ponerse en forma para el triplete (Japón, Australia y Malasia), donde intentará jugar, magistralmente, como siempre, sus cartas. Otra cosa es que pueda, que le dejen. Los hay que piensan que echará el resto, por ejemplo, en el fatídico Sepang (Malasia), para evitar que Márquez, su rival, su enemigo, el muchacho que lo dejó en evidencia, el chico al que pateó y le arrebató el título en el 2015, conquiste su cuarta corona en cinco años, se acerque a sus nueve cetros y le amargue el futuro que Vale suponía glorioso.

Fracasado en su intento de conquistar el décimo este año, Rossi solo encontraría consuelo si el cetro se lo lleva Viñales, su compañero de equipo. Entonces utilizaría todo su aparato mediático, que sigue intacto, aunque empieza a tener alguna gotera, para decir que le ha ayudado, ofreciéndole consejo y hasta su telemetría en los viernes o sábados que MVK dudaba. Solo eso le salvaría, pues la coronación de Dovizioso sería un borrón en su palmarés: un italiano más en la gloria. Peor aún, Dovi llegaría al trono pilotando una Ducati, la moto con la que Vale sufrió su mayor fracaso cuando, en el 2011 y 2012, se fue con los rojos para hacerlos campeón y no conquistó una sola victoria y sí tres podios en 35 carreras. Cierto, aquella Ducati no era filial de la poderosa Audi, ni tenía al genio de Gigi Dall’Igna, el ingeniero que ha hecho volar a la Desmosedisi. Y si es Márquez quien, al final, se corona rey de la categoría reina, la desolación y el desencanto de Rossi serán todavía superiores.

En Italia ya hay quien duda de la credibilidad de Rossi. Maurizio Bruscolini, periodista italiano de Pésaro, acaba de escribir un artículo en su blog SkeetGP, titulado Paraíso de mentiras, donde dudaba de que Valentino hubiese sufrido doble fractura de tibia y peroné. ¡Tremendo! Rossi, ayer, se remangó el pantalón y mostró su pierna herida. La fotografió el periodista de La Gazzetta dello Sport y hoy sale publicada la extremidad dañada del mito.