Jorge Aranda era un nadador de nivel medio nacional que destacaba en las largas distancias. Llegó a ser subcampeón de España e internacional con 17 años. Su mejor marca en el 1.500 fue de 16.04. Pero el trabajo y la desmotivación le empujaron a abandonar la natación de competición. Aunque nunca dejó de entrenarse. "En ningún momento dejé de nadar por estudiar", afirma Jorge Aranda.

Pero el año pasado se puso las pilas y decidió machacarse de nuevo. Aranda era un hombre nuevo a raíz de una boda en Galicia. "Pesaba 15 kilos más de lo normal. Me veía en un estado lamentable, muy gordo, muy gordo y me dije que lo mejor que sabía hacer era nadar. Dos amigos me retaron a cruzar el Estrecho de Gibraltar. Acepté el desafío". En cuatro meses de intensa preparación, pasó de los 87 kilos hasta los 73 con los que comenzó el pasado domingo la travesía del Estrecho de Gibraltar.

Aranda supo organizarse durante cuatro duros meses y compatibilizó su trabajo como urólogo en el Miguel Servet y sus entrenamientos en el Stadium Casablanca con Javi Ingelmo. "Había jornadas que nadaba de 6.000 a 7.000 metros con un máximo de 12.000 metros. La semana que más volumen realicé fueron 35.000 metros". Los fines de semana los dedicaba a las aguas abiertas. "Hice el descenso del Ebro, la travesía de la Playa de la Concha y nadé en los pantanos de La Sotonera y Mequinenza", explica. Más que la capacidad física, en la preparción de Aranda cuenta el aspecto agonístico. "El apartado psicológico es esencial. Prepararme solo estas largas distancias es muy aburrido", dice.

La preparación

Después de muchas semanas de entrenamiento, el pasado domingo a las diez y media llegó la hora de la verdad. Le esperaban al nadador 17 kilómetros y 200 metros hasta el continente africano. El zaragozano pudo completar la gesta en tres horas y 28 minutos. "Pero el tiempo es muy relativo y no es lo más importante. El objetivo del estrecho no es hacer una marca, sino acabarlo. Las corrientes te pueden llevar al Atlántico o al Mediterráneo".

Aranda afrontó el reto simplemente con un bañador. Las condiciones climatológicas eran ideales. La mañana era nublada y la temperatura de 20 grados. "Me puse una capa de vaselina y lanolina, que es un aislante térmico. La primera sensación al entrar en el agua fue de frío. Pero al meterme mar adentro subió la temperatura y acabé disfrutando un montón", dice. Fue apoyado por dos embarcaciones. Delante iba el capitán orientándole para evitar las corrientes. "En el lado derecho navegaba una zodiac con Beatriz, mi novia, apoyándome en la hidratación y el avituallamiento", explica. Durante el esfuerzo tomo geles, dos litros de bebidas, medio plátano y biodramina para evitar los mareos.

Aranda encontró su particular muro durante el largo esfuerzo. Aunque nunca pensó en abandonar. "El peor momento lo pasé entre la hora y media y las dos horas y media de travesía. Físicamente iba muy bien, pero psicológicamante no sabías lo que duraría la travesía. Iba sin referencias. El capitán me animaba y me decía que llevaba un buen ritmo". La última hora de nado se le hizo eterna. "El capitán me decía que me quedaba un kilómetro. Pero el final no llegaba. Cuando llegué a África me observaron alucinados unos pescadores marroquís. La alegría fue inmensa", concluye.