Terminó el partido del sábado y Lafita, camino a los vestuarios, miró hacia la afición con las manos levantadas y con un claro gesto de despedida, además de aplaudir a la grada. La acción quizá pasó inadvertida por el éxtasis de la celebración, por la fiesta que inundaba el Municipal tras lograr una victoria donde el héroe, el merecido héroe, fue Lafi, aragonés, zaragocista y criado en la Ciudad Deportiva, el único superviviente este curso en la plantilla y que ha sufrido como nadie una temporada dura y llena de dificultades.

Su gol al Racing, su éxito, es la viva imagen de la constancia, de la tozudez. Lafita se empeñó en triunfar en el Zaragoza. "Como buen aragonés, soy tozudo", suele decir. Y ha triunfado para irse como un ídolo de la grada. Le ha costado y lo ha hecho en el epílogo, en sus últimos días en el club que le dio todo y que también, con Agapito Iglesias como gestor, tanto le ha hecho sufrir. La pírrica oferta de renovación, una propuesta por menos de la mitad de sus actuales emolumentos, es solo el último ejemplo de la cadena de desprecios que ha tenido que soportar. No es de extrañar que hace unos meses reconociera que su relación con los dirigentes zaragocistas, con el club, era nula.

Salvo giro imprevisto e inesperado, Lafita tomará su maleta al acabar la temporada. Villarreal y, sobre todo, Getafe, pueden ser sus destinos, aunque él siempre ha dicho que todavía no tiene cerrado, que se sentará a escuchar las ofertas cuando acabe la temporada. Y Lafi es un hombre de palabra, pero se puede dar por descartado que siga defendiendo el escudo del león, el escudo que ha llenado su inmenso corazón zaragocista y al que ahora dice adiós. Su continuidad, en el actual contexto del Zaragoza de Agapito, es imposible.

Del discurso agotado a la fe

Lafi ha sufrido mucho en los últimos meses. "No sé qué decir. A mí se me agotó el discurso", balbuceó a la salida de La Rosaleda, el día en que Jiménez aseguró sentir "vergüenza". Pero el equipo se recuperó con la fe y el tesón y él fue el primero en levantar la bandera, en pensar que el Sí, se puede era una realidad a la que agarrarse. O, al menos, luchar sin desmayo para que el Zaragoza, para que su Zaragoza, tuviera el mejor final de Liga posible.

Su polémico regreso del Deportivo en el verano del 2009, que fue el inicio de una batalla jurídica con Lendoiro, marcó su segunda etapa en el primer equipo. Era su oportunidad, pero las molestias en la rodilla, la irregularidad del Zaragoza y un paso adelante que le costó dar retrasaron su éxito. Ya el curso pasado fue decisivo en la recta final por la salvación, sobre todo en la victoria ante el Madrid en el Bernabéu, pero en esta temporada su papel de ídolo y su condición de indiscutible se han reforzado con Jiménez, que siempre ha visto en el canterano el espíritu de lucha, la implicación y la perseverancia que ganan al técnico. Su titularidad indiscutible así lo ha demostrado.

En esta recta final, Lafita convirtió cada partido en una demostración de esfuerzo, en un derroche, en una incansable muestra de fe. Su fútbol siempre tuvo esa energía, pero en los últimos meses se le ha visto más fresco, más rápido, más incisivo. Cuestión de autoestima, seguro, porque no hubo un plan físico ni psicológico especial. Al final, las victorias son el mejor tratamiento. El gol del sábado es el tercero del curso, tras los que logró en el Bernabéu y en Gijón. Aquél en El Molinón, en el descuento para una victoria vital, ya marcó un antes y un después en la vida de Lafi, pero el del Racing todavía tiene más valor

Lafita pasó el día de ayer recogiendo felicitaciones y muestras de cariño. La afición se las dio el sábado en la Romareda. "Estoy convencido de que voy a conseguir triunfar en el Zaragoza", dijo en este diario al poco de regresar del Deportivo. Y lo ha logrado, aunque sea cuando ya divisa la salida. Sí, esa tozudez.