La presión. Uno de los factores consustanciales al Real Zaragoza por dimensiones y relevancia y que a lo largo de estos años en Segunda División ha sido imposible de domesticar y ha acabado teniendo un efecto negativo en el equipo, en varios entrenadores, en una buena cantidad de jugadores y, por extensión, en los resultados finales. El Real Zaragoza 2017-2018 ha superado un momento de enorme presión entre los meses de enero y febrero, de los que ha salido victorioso aliándose con una serie de sólidos argumentos futbolísticos, razón sine qua non, y también resistiendo, sobrellevando la dureza del momento y superándolo. Saliendo de donde otros no pudieron.

Esto, que puede parecer una circunstancia menor, no lo es. El agujero negro alrededor del cual ha flirteado este equipo se tragó en años pasados a sus predecesores, que acabaron engullidos por esa fuerza negativa que hace que aquí, y en todos los lugares de una altura similar, las cargas pesen más. Después de un extraordinario inicio de segunda vuelta y con los puestos de descenso en la lejanía, primer desafío conseguido, el Real Zaragoza se enfrenta ahora a un nuevo reto: gestionar el viento a favor, también de volumen superior a cualquier otro de la categoría.

Bien administrada, la inercia ganadora puede retroalimentar al grupo y hacerlo más poderoso. El escenario se ha transformado. Lo ha cambiado el propio equipo con su buen hacer. Con perspectivas más ambiciosas y un horizonte para soñar, toca mantener desde hoy en Soria el nivel futbolístico individual y colectivo, la concentración, la seriedad y la eficacia. Y seguir contando con ese punto de suerte en instantes concretos que tan esquivo fue al inicio de Liga y que ha estado de lado en este 2018.