En el Monasterio de Santa María de Veruela, allí donde Gustavo Adolfo Bécquer, "en un doloroso alto de su vida" --como reza una placa de la abadía--, escribió su Cartas desde mi celda, la única contrarreloj de la Vuelta, lejos de ese espíritu de encierro, dio comienzo, se liberó. Y también allí, la crono --para el caso, Aragón-- cautivó, en una salida de etapa que fue una vuelta al pasado. Se instaló una infraestructura a la última, con cámaras en grúas y vallas deslumbrantes, en un monasterio que data del siglo XII.

"Empezar en un sitio emblemático como este, con lo que significa, es espectacular. Es una salida muy bonita", decía Rober, empleado de la Vuelta, que ha vivido las últimas 10 ediciones, decenas de etapas, pero "pocas" con el aura del inicio de ayer. La rampa de salida, entre los dos arcos de entrada al monasterio, escoltada por una muralla de aspecto medieval, no conducía a la salida, sino al paseo interior, en dirección al claustro. "También es verdad que hay un poco riesgo", admitía Rober, en referencia al recorrido dentro de la abadía, que incluía un empedrado que hacía botar y botar a los ciclistas y una curva cerrada, bajo otro arco, que requería habilidad. Espectáculo, en definitiva.

"Tengo ganas de ver las tomas en televisión. La salida es muy bonita, tiene un encanto especial", afirmaba Luis Marquina, presidente de la Federación Aragonesa de Ciclismo. "La contrarreloj parte de un lugar precioso como el Monasterio de Veruela, que, si todo va bien, el año que viene se abrirá como Parador Nacional", explicaba Luis María Beamonte, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, que fue más alla. "Termina en la ciudad de Borja, con todo lo que implica, con el vino, y también está ese pequeño homenaje que se le hace al Moncayo después del incendio", añadió.

UN ALTO DECISIVO

Y el Moncayo, homenajeado, pues, devolvió la cortesía. Con la ayuda del reloj, desequilibró la Vuelta en una etapa con dos partes, una de subida, para corredores poderosos, y otra de bajada, que reclamaba técnica. Allí, Quintana, líder hasta ayer, perdió, salvo un canto a la épica, sus opciones en la general con una caída peligrosa, por un despiste, en la que se fue al guardarraíl. Uno de los fuertes, quizá el rival con mayúsculas de Contador, descartado; y otro, Froome, diluido. El británico, especialista contra el crono, no fue el ciclista del Tour 2013, algo previsible, pero se dejó casi un minuto con Contador, una pérdida sorprendente.

El madrileño fue el hombre del día, pero hubo quien le robó protagonismo. "En España eres más famoso que Contador", le dijo un aficionado a Dan Craven, un africano blanco, un ciclista con melena, un deportista político, un tipo de contrastes, célebre ya en el mundo por su larga barba. Craven se fue a calentar por Vera de Moncayo, otros lo hicieron en el rodillo, en estático. Allí, bajo el toldo de los camiones de los equipos, algunos como los del Katusha al son de música thecno, los ciclistas desentumecían las piernas rodando con los aficionados observándolos, como en la tele, pero solo a un metro.

La Vuelta crea ídolos. Y también dinero. "La organización tiene contratadas 1.200 camas por día, pero con el total de la caravana son 2.000. Como son tres días, estamos hablando de 6.000 pernoctaciones en la comunidad. Están calculados alrededor de 750.000 euros, aparte de todo el consumo que pueda haber", explicó Beamonte. De la calma del Monasterio, la carrera se marchó al bullicio de Borja. La localidad zaragozana no dejó un hueco libre en las vallas, tampoco escatimó en ánimos a los ciclistas. Pero a los que más se oía era a los de amarillo, azul y rojo.

Los colombianos, espoleados por Quintana, Aru y Urán, acudieron con banderas y mucha alegría. Ni siquiera la caída de Quintana se la consiguió quitar. Y es que la nacionalidad, al final, da igual. "¡Vamos ahí, chaval!", le gritaba un abuelo de Borja a un ciclista kazajo.