Ningún entrenador sirve para el Real Zaragoza. No servía Víctor Muñoz, dinosaurio de la profesión donde los haya y con el que se llegó hasta perder el pudor y también el respeto a su brillante aportación a la historia de este club. Servía Ranko Popovic, hasta ahora el único que servía, entiéndase el sarcasmo, pero La Romareda pedía a voz en grito su salida y el consejo de administración no dudó en bajar el pulgar a pesar de no querer hacerlo. El fútbol no conoce amigos. No servía Lluís Carreras, el entrenador de la afrenta de Palamós para el resto de sus días y que dejó de servir mucho antes de aquella bochornosa derrota frente al Llagostera. Anda que no olió el buitre la carroña. Y, por supuesto, tampoco servía Luis Milla, que efectivamente dio un recital de desaciertos en la dirección del equipo y que, por supuesto, no estuvo a la altura y la situación le superó. Como a Raúl Agné, que tampoco sirve: sus decisiones ayer fueron incomprensibles y su papel en diez jornadas no mejora el suspenso. Da la impresión de haber perdido el norte, de que todo se le ha hecho grande y de que ya no sabe por dónde salir.

No sirve nadie. En el Real Zaragoza todos los entrenadores son malos entrenadores, los de las últimas tres temporadas con la nueva gestión y los de la última década. Cada vez que la SAD contrata un técnico queda un día menos para que sea despedido, en una maquiavélica y perversa cuenta atrás. No atraviesa por un escenario diferente Agné, cuyo reloj ha empezado a consumir arena y que, evidentemente, tampoco sirve.

Uno puede seguir engañándose todo el tiempo que quiera, que para eso afortunadamente existe la libertad de pensamiento, pero el Zaragoza, aparte de un problema muy serio de elección de jugadores, donde la torpeza y la equivocación han hecho causa común, sufre un profundo problema deportivo estructural, que comenzó en la era del innombrable y que la Fundación no ha atajado sino que sigue alimentando.