—Empieza en La Masía, pero su estatura le obliga a salir del Barcelona al final de infantiles.

—Bueno, empecé realmente en la cantera del Mercantil y pasé cuatro años por la del Barcelona, pero hay un momento en que decido salir porque ellos me comunican que quizá tendría que jugar por el tamaño con los chicos de un año menos. Decido jugar con los de mi edad y por eso me fui. Estaba en la cantera del Barça con Jordi Alba y con Víctor Ruiz y, de hecho, a Jordi le pasa algo muy parecido a mí. Yo me fui al Mercantil y luego al Badalona y él se fue al Cornellá. El hecho de poderme curtir en otros campos y categorías me hizo ver lo que es el fútbol, adaptarme para poder jugar en España desde la Tercera hasta la Primera o en la MLS.

—Los bajitos juegan muy bien al fútbol...

—Claro. Eso en el Barcelona era un tema más de antes. En La Masía si no tenías un físico y creían que no podías rendir al mismo nivel no lo tenías sencillo, pero en ese mismo club jugadores como Messi, Xavi o Iniesta han demostrado que los futbolistas que pueden ser inferiores físicamente en altura o en fuerza, son superiores en otras facetas y los mejores del mundo.

—Estaba en el Badalona, ¿cómo le llega el interés del Zaragoza?

—Me lo comunica mi agente. Tenía la opción de irme al Betis y es Ander Garitano el que me hace decidirme por el Zaragoza. Sabía que me venía siguiendo desde hace un tiempo, vi que había un trabajo detrás, que era una persona que sabía lo que hacía. Iba a estar Manolo Jiménez de entrenador y yo en el filial sería una parte importante, dos cosas que me atraían. Pero el detonante fue que Ander me comunicó que podía hacer la pretemporada con el primer equipo. Sabía que era mi oportunidad de engancharme al fútbol de élite, y así pasó, salió a la perfección.

—Tenía 23 años y era arriesgado dar el paso a un filial...

—Sí, para jugar en un filial era mi último tren. Esa es de las mejores decisiones de mi vida. Decidí apostar arriesgándome, jugármelo todo a una carta. Y estoy tremendamente satisfecho.

—Manolo Jiménez le hace debutar en la segunda jornada de la 12-13, con el Espanyol. Lo tuvo muy claro con usted, ¿no?

—Sí, es evidente. Tanto Manolo como Fran Escribá, que me dirigió en el Elche o en el Getafe, son los dos entrenadores más importantes de mi carrera. Esa apuesta por mí fue fantástica y él tuvo que ser valiente para hacerlo tan pronto, denotaba muchísima confianza en mi fútbol.

—¿Qué destaca de Manolo Jiménez como entrenador?

—Es un motivador. Es una persona que te gana en las distancias cortas, siempre va de frente, con la verdad. Es un técnico que para preparar un partido importante te mantiene totalmente enchufado. La lástima es que al final no lográramos el objetivo de la permanencia tras esa racha tan mala en la segunda vuelta y nos fuimos a Segunda.

—En Navidad, con 22 puntos, hasta se miraba a Europa. ¿Cómo se explica el descenso?

—Fue un varapalo duro, sobre todo por lo inesperado. No le encuentro la explicación, le di muchas vueltas después a esos 15 partidos sin ganar. Tanto tiempo sin vencer fue una losa para darle la vuelta a la situación. Reaccionando un pelín antes habríamos llegado a tiempo. El no ganar te hace sentirte inferior a otros equipos y estas dinámicas tan negativas se pagan muy caras.

—¿Faltaban líderes en el grupo?

—No, no fue ese el problema. Movilla y Apoño por ejemplo tenían carácter y eran importantes en el grupo. Movilla fue fundamental para mí, siempre estuvo dándome consejos y es una de las personas más importantes que he conocido en un vestuario. Yo estaba recién llegado a la élite y esos momentos duros se me hicieron más llevaderos con él.

—¿Era tan peculiar como parecía desde fuera Apoño?

—Sí, lo mismo que parecía. Es una persona que tiene mucho carácter y lo hace valer en el campo y en el vestuario. Posee una tremenda calidad, unas condiciones fantásticas, pero también ese carácter tan fuerte, aunque eso también podía ser positivo a veces en el vestuario.

—¿Hasta qué punto influyó en aquel descenso el caos de la gestión de Agapito Iglesias?

—Influyó, claro que sí. La situación que se vivía no era la mejor, la gente iba a La Romareda crispada en los partidos y en casa vivíamos momentos complicados. Es verdad que eres profesional, que intentas aislarte, pero no lo logramos. No es la culpa ni la excusa, pero en una mala dinámica todo problema exterior lo ves mayor de lo que es, te hace más vulnerable. Y el hecho de no ser fuertes en La Romareda nos penalizó mucho para no conseguir el objetivo de salvarnos.

—Usted en esa primera temporada firmó contrato profesional pronto por partidos jugados y en diciembre se le renovó hasta 2017 por su rendimiento.

—Es que en esos primeros meses para mí fue todo rodado. Tengo que estar eternamente agradecido al Zaragoza, a la ciudad, a la afición y a Manolo Jiménez, que tuvo esa valentía de apostar por mí. Soy el jugador que soy hoy gracias sobre todo al Real Zaragoza, por esa confianza en la apuesta conmigo. Es que ahí me hice futbolista. He pasado por muchos sitios en el fútbol formativo, pero en el profesional fue el equipo que me hizo crecer para lo bueno y para lo malo.

—¿En qué para lo malo?

—En los momentos que te hacen ver dónde estás de verdad. También en el año de Segunda, que fue muy malo para mí y para el equipo. Eso te hace valorar cuando las cosas van bien. Hasta llegar al Zaragoza yo jugaba para disfrutar, pero esos momentos te ayudan a madurar, a entender que los instantes buenos y felices hay que disfrutarlos el doble.

—En ese segundo año llegó Pitarch a la dirección general. ¿Cómo valora su gestión?

—No lo viví con la intensidad de sentirme importante en el vestuario para juzgarla. Bastante tenía yo en centrarme para intentar dar mi mejor nivel como para buscar qué es lo que fallaba en el Zaragoza. Había otros compañeros que sí se partieron la cara para encontrar una solución con el club que tampoco llegó.

—¿Los despidos de Paredes, Movilla y José Mari dinamitaron el vestuario?

—Lo que está claro es que pasaron cosas raras, que no son habituales en un equipo profesional y se dieron circunstancias que no gustan. Dar la baja a tres compañeros no es agradable para nadie, ni ayuda en nada.

—En esa temporada 13-14, Paco Herrera le dio un papel de revulsivo, saliendo desde el banquillo en muchos partidos.

—Sí, es verdad. Fue una situación difícil, no me gustaba y no estaba de acuerdo con esa idea. Él me lo explicaba, me decía que me veía para esos tramos de encuentro, me comentaba lo que él creía conveniente para que yo aceptara ese rol. Pero un futbolista que quiere crecer no puede aceptarlo nunca, porque lo que quiere es jugar todo lo posibe. Yo consideraba que podía dar más. Fue frustrante. Pero de Paco guardo un buen recuerdo como entrenador. De verdad que sí.

—¿Le falta carácter y mala leche a Paco Herrera?

—Es cercano y muy buena persona. En la pretemporada en el Sporting el verano pasado lo volví a tener y tanto él como Ángel (Rodríguez, su segundo) me ayudaron en todo. A veces sí tiene mala uva y, si no, ya se encarga Ángel de eso. En ese Zaragoza había muchas cosas fuera del equipo y del vestuario que no ayudaban.

—El objetivo era subir, pero ¿la mala dinámica les hizo tener miedo a bajar?

—Siempre pensamos en sacarlo adelante. Sabíamos que estaba ahí la posibilidad de ir abajo, pero confiamos en todo momento en que eso no iba a pasar. Llegó Víctor Muñoz, hizo sus cambios y cuando a un jugador le das cosas distintas le hacen estar más alerta y ese cambio lo posibilitó. Con esos futbolistas no podíamos permitirnos el descenso a Segunda B con todo lo que implicaba en una institución así.

—Acaba la Liga, el club se vende a un grupo de empresarios y en Alcorcón les dieron una charla tres de ellos (Gamón, Casasnovas y Zorita).

—Fue muy surrealista. En el vestuario, antes de jugar, y yo no la llegué a entender, no sé si tocaba o no, pero todo fue extraño. Te vas a preparar un partido profesional de Segunda, por mucho que no nos jugáramos nada ya y te hacen una charla tres personas que no conoces. Raro, la verdad.

—Menudo verano se vivió, con la desaparición a un paso.

—Fue horrible. Todo rumores, si hasta vino un indio o algo así y que si lo compraba uno u otro. Recuerdo estar en vacaciones en Tossa de Mar, donde tengo amigos que son zaragocistas y una peña con mi nombre y me acercaba a su restaurante o seguía por Twitter las noticias. Es que cada momento pasaban cosas nuevas.

—¿Temió desde la distancia por la desaparición?

—En desaparecer nunca pensé, no me lo podía creer que un club como el Zaragoza, con esa afición, siendo el equipo más importante de Aragón, pudiera morir. Pero sí temía por las circuntancias en que íbamos a trabajar y de hecho vinimos con todo en el aire.

—¿Hasta qué punto intentó la nueva propiedad que siguiera?

—Lo intentaron con fuerza, pero no fue un tema económico. Lo que decidí fue crecer futbolísticamente y pasaron cosas deportivas que no me encajaron. Quería un papel muy importante y me fui porque vi que no lo iba a tener. Salió la ocasión de jugar en Primera, en el Elche, y decidí irme.

—Bajó con Zaragoza, Elche, Getafe y Sporting. ¿Ha llegado a sentirse gafe?

—A nadie le puede gustar vivir cuatro descensos y oír lo de gafe y tal. Cada equipo es un mundo y cada descenso tuvo sus circunstancias. Hay jugadores que han vivido lo mismo, aunque probablemente no tan seguido. Y el Elche baja de forma administrativa tras una temporada meritoria. Me fastidia, claro, pero también llegarán los momentos buenos.

—Con 28 años, ¿no es muy joven para jugar en la MLS?

—La MLS ha cambiado, invierten en futbolistas de perfil medio para hacer crecer esa Liga. Son necesarios jugadores como Villa que te den ese cartel, pero en la MLS se dieron cuenta de que el Guaje es anecdótico porque es muy competitivo y da muchísimo, pero que el camino no es apostar por demasiados veteranos.

—¿Cómo ve al Zaragoza ahora?

—Fastidia verlo ahí. Lo sigo con la pena de no poder lograr el proyecto adecuado para volver a su sitio. Este año han cambiado el camino, viendo que hacer un equipo es lo más importante, montar un proyecto para subir en dos años, aunque ojalá sea ya en este. Ahora están muy bien, en plena reacción. A ver si les llega. Subir no es fácil, porque la Segunda es igualada. Es más fácil mantenerse en Primera que subir.

—¿Y la afición?

—Guardo un recuerdo maravilloso. Es clave que nunca dejen de estar con el equipo. Estoy seguro de que esa institución, con todo lo que tiene, volverá más pronto que tarde a Primera. No me cabe otra cosa en la cabeza.