José Luis López Zubero mira hacia atrás y contempla satisfecho y feliz toda su trayectoria. Una vida llena de experiencias, alegrías y decepciones. De su largo camino por el mundo durante sus 86 años de vida se podría escribir un best-seller. Pese a la edad, tiene una memoria de elefante. «Si cuento mi historia, nadie se la cree», confiesa. Se acuerda del más mínimo detalle de su infancia zaragozana, de su trabajo profesional como oftalmólogo por los cinco continentes, de su trayectoria deportiva y de la de sus hijos David, Martín y Julia, que llegaron a estar en la élite mundial.

José Luis López vive ahora en el barrio madrileño de Fuencarral, aunque tiene una casa en la calle Valenzuela de Zaragoza y vuelve con cierta frecuencia a la capital aragonesa acompañado de su segunda esposa, una chilena llamada Susana. Hace dos fines de semana estuvo en la capital aragonesa asistiendo a la boda de unos amigos. Ahora ve la vida con filosofía. Cada una de sus frases es casi una sentencia. Tiene las ideas muy claras y ya empieza a hacer balance de una trayectoria riquísima en experiencias. El cuerpo no le acompaña. Se tiene que ayudar con un bastón para poder desplazarse y habla con sus manos temblorosas.

«Hemos estado en la boda de Hozman y Montserrat. Son dos personas con las que nos llevamos muy bien. Aunque ahora la palabra amigo se emplea con mucha ligereza. Tengo la suerte de contar con amigos por todas las partes del mundo. Aunque los de mi generación se han muerto casi todos», confiesa mientras toma un refresco en una cafetería de la Plaza de España.

Susana, su segunda esposa, es mucho más joven que López Zubero. Ella es un apoyo físico y también moral en la recta final de la vida del médico zaragozano. «Sin mi mujer estaría muerto y ella ha añadido diez años más a mi vida. Mi cabeza va bastante bien y tengo la suerte de que Susana me ordena las ideas. La vejez es peor que la muerte. Las mujeres tienen más capacidad de amar y resistir que el hombre», afirma.

David López Zubero, medallista de bronce en los Juegos de Moscú, tiene a su padre en un pedestal. «David dice que hay que vivir con calidad de vida. Pero aunque tengas la cabeza bien puesta, lo pasas mal si tienes el cuerpo deteriorado», afirma. López Zubero nació en la calle Predicadores en el año 1931. «Tengo entendido que era un niño bueno y con unos padres maravillosos. Era hijo único, pero es mejor tener hermanos para que te abran camino y los puedas imitar. La ventaja es que mis padres se dedicaron solo a mí». Estudió en el instituto Goya. «Era un buen estudiante y me gustaba la literatura y la filosofía. Aunque el cura de religión me prohibía pensar», confiesa.

A los 15 años comenzó a practicar deporte. «Era pívot y recuerdo que jugué el Campeonato Universitario de Zaragoza. Medía un 1,83 y jugaba en la pintura. Pero ahora sería un enano. Antes España era un país de gente baja». A López Zubero le llegaron a seleccionar con España para jugar contra Bélgica. Pero llegó la fatalidad. «Me torcí un tobillo bajando las escaleras de la facultad y no pude jugar». Tenía 22 años. Practicó baloncesto durante siete en el Helios. «Jugué con Querol, Vizcarra, Lorente, Sanz, Burillo... Nos entrenábamos a nosotros mismos en la cancha del Frontón Aragonés. El básquet estaba regular en España y había dos portorriqueños nacionalizados, Borrás y Galíndez», dice.

La elección

Pero López Zubero eligió el camino de los estudios en vez del deporte. «Hice el doctorado, el servicio militar como alférez, me saqué un dinero en Inglaterra como bracero y con 24 años me fui a Estados Unidos. Nunca había visto una televisión y allí me metí en una película. Ese país era como ahora y gobernaba Eisenhower», explica.

En la Universidad de York estudió oftalmología. «Trabajé en Siracusa, al norte del estado de Nueva York. Estaba internado en un hospital». A los 25 años se casó con Elisabeth y tuvo tres hijos. Con el paso del tiempo creó una fundación médica para la ayuda para los pobres con problemas de vista. «Estuve en Brasil, Perú, Bolivia, Kenia, Argelia, Haití, Paraguay, Bangladesh y viví en primera persona la guerra del Vietnam. Pero no iba de guerrero».

Si dio media vuelta al mundo como médico, la otra media con sus hijos en las grandes competiciones de natación. Los tres triunfaron en el deporte de élite. David se llevó el bronce en los Juegos de Moscú en los 100 mariposa y David fue el primer español que se llevó un oro olímpico. Fue en Barcelona en la especialidad de los 200 espalda. Julia también llegó a estar entre las mejores del mundo. «He estado en todas las competiciones con mis hijos. Los tres siempre han sido muy disciplinados. David empezó a nadar con diez años. Recuerdo que Moscú en el año 1989 estaba peor que España con Franco. Estaba todo prohibido. Limpiaron todas las calles de mendigos y de prostíbulos», recuerda. Los últimos Juegos de David fueron los de Los Ángeles.

Después le sucedió Martín, que llegó a disputar los Juegos de Seúl, Barcelona y Atlanta. «El oro de Martín lo viví con mucha alegría, como es lógico. En las piscinas Picornell hizo una cosa que no hizo nadie. Batir el récord olímpico». Pero más que de los triunfos, como padre se enorgullece de otra cosa. «Mi mayor triunfo como ser humano es que he tenido tres hijos que son muy buenas personas. La bondad es indispensable en la vida. Entrenarse a esos niveles y estudiar era realmente difícil», reconoce.

Sus tres hijos viven ahora en Estados Unidos y José Luis los ve de manera periódica. «Mi hijo mayor viene cada dos meses a España. Vive en Florida, trabaja como profesor de matemáticas y tiene dos hijos. Julia y Martín vienen una vez al año. Ella trabaja de enfermera en Orlando. Martín es muy tímido. Trabaja de profesor de natación en Jacksonville», explica.

Jubilado, regresó hace doce años a España. «Para estar jubilado España es el mejor país del mundo y para trabajar Estados Unidos. Ahora veo España un poco revuelta, con gente que va en direcciones opuestas. Aquí siempre se quiere vivir mejor de lo que se puede y hay tendencia a quejarse. Pero ha progresado mil veces más que cuando me fui», valora.

Es un adicto a casi todos los deportes. «Me interesa el atletismo y el baloncesto lo que más. Sobre todo el equipo de España. El básquet femenino ha progresado tanto como el masculino. En deporte España está entre los diez mejores países del mundo». En atletismo está alucinado con una actuación. «Fue el relevo masculino español de 4x400 en el Mundial de Londres». También sigue el fútbol, aunque no es su pasión. «Tiene un encanto maquiavélico. No gana siempre el mejor y puede pasar cualquier cosa. Eso le da un tono de misterio y de película policiaca», reconoce López Zubero.

Los libros

Ahora vive de manera apacible escribiendo libros de cine, su otra gran afición. «He escrito una docena de libros. Me interesa el cine que puede educar a la persona a encontrar el camino en su vida y que tenga cierta trascendencia en su educación». Un título en su retina. «La Strada de Federico Fellini y un libro: El Filo de la Navaja, de William Somerset. Ahora me gusta mucho una película que se titula La librería, que dirige Isabel Coixet», indica.

También se dedica a escribir frases que cambian la vida de una persona. «Lo importante es seguir aprendiendo y enseñando. Estoy tentado de escribir mi biografía, aunque es un poco presuntuosa y será difícil de creer. Por ejemplo, durante un día operé 100 cataratas en Bangladesh. Esto no se lo cree cualquiera», apunta.

López Zubero es consciente de que apura los últimos años de su intensa vida. «He tenido mucha suerte de tener estas esposas y estos hijos. He tenido momentos malos como todo el mundo. Pero en general soy muy afortunado. Estoy bastante delicado, hago lo que puedo con lo que tengo con el cuidado de mi mujer, mis amigos y mis médicos. Pero lo mío es un buen final», concluye.