Cuando regresó a casa al calor de una multitud que le adora después de un viaje por la jungla del fútbol, que así lo calificó él mismo cuando vivió los paradójicos vaivenes del negocio en Génova, Lisboa o Moscú, Zapater pronunció unas cuantas de esas sentencias suyas con denominación de origen, tan rotundamente naturales y aplastantes que llenan el corazón del zaragocista porque nacen del corazón de otro zaragocista. «Yo nunca he dejado de ser jugador del Real Zaragoza», dijo. Había estado siete años dando vueltas de aquí para allá, maltratado en las últimas temporadas por una puñetera lesión que no sanaba. Jugaba en el Sporting portugués pero seguía siendo jugador del Real Zaragoza. Jugaba en el Lokomotiv ruso pero seguía siendo jugador del Real Zaragoza.

Ahora, después de acordar la renovación hasta junio del 2023, una fecha concreta pero simbólica, será el propio Zapater quien decida hasta cuándo quiere seguir vistiendo la blanquilla. Si hasta los 38 años o antes. Eso es lo que le ha puesto el club sobre la mesa como contraprestración a su rendimiento y a su comportamiento ejemplar. Sin ser un virtuoso del balón, el ejeano encarna todos los valores del fútbol antiguo, en el que lo primero era el sentimiento: pertenencia, compromiso, amor, identificación, esfuerzo, modelo, profesionalidad. Por eso el zaragocismo le canta ‘Zapater, te quiero’. Volvió por un sueldo bastante bajo. Ahora el Real Zaragoza le paga con un acto de justicia.