Cuando una ciudad cree que puede, ya tiene recorrida la mitad del camino. Cuando Zaragoza creyó en su transformación, apostó por ella y concitó voluntades de todas las administraciones públicas, consiguió con creces muchas de las necesidades que hoy ya no son tales. Con motivo de un evento, la Expo del 2008, tan demonizado por algunas formaciones políticas como alabado por otras, se cumple una década de la mayor metamorfosis que ha vivido la capital aragonesa en el último siglo. La llegada de más de 3.500 millones de euros a obras públicas, equipamientos, zonas verdes y servicios que hoy perviven y sobreviven de forma desigual a una crisis que estalló solo un año después de su estreno.

La culminación del tercer y cuarto cinturón; la nueva terminal de pasajeros del aeropuerto; la primera línea de cercanías; la transformación de las riberas del Ebro en un paseo ciudadano, y las mejoras en el Gállego, el Huerva y el Canal Imperial; la construcción del mayor parque de la ciudad, el del Agua junto al recinto de Ranillas; la terminación de la conexión por autovía entre Zaragoza y Valencia... Fueron decenas de proyectos con una fecha límite: el año de la Expo.

El 2008 fue un año de inauguraciones, varias cada mes, y un mes de junio casi histórico con la puesta en servicio de muchas de esas novedades para la ciudad. Hoy son la huella latente de ese impulso inversor que ya no se ha recuperado en la última década. No es lo mismo cuando el Estado no financia el 70% del coste. O cuando el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza tienen la oportunidad de sacar del cajón proyectos que llevaban años varados.

De esos 2.500 millones de inversión, menos de 1.000 fueron para el propio recinto Expo y la puesta en marcha de su programación y operativa. El resto, más de 1.500, son la demostración de que el 2008 no solo duraba 93 días, los que, del 14 de junio al 14 de septiembre, duraba la muestra internacional en Ranillas. La clave, para quienes participaron activamente en la ejecución, fue el «trabajo previo que ya existía», especialmente por parte del Ministerio de Fomento en todas las infraestructuras que ya tenían proyectos o anteproyectos, o el «proceso participativo que arrancó ocho años antes de la celebración de la Expo» y del mayor «consenso político» que ha existido en la ciudad en las últimas décadas.

Las consecuencias, por otra parte, son las ya conocidas por el ciudadano: una deuda municipal que se disparaba por encima de los mil millones de euros y unos elevados costes de mantenimiento que cada administración tuvo que asumir cuando, solo un año después, estallaba la crisis económica en España. Con los mismos ingresos había que mantener muchos más gastos.

ANTES Y AHORA

Eso condenó a muchos edificios a permanecer cerrados tras la Expo (como la Torre del Agua, el pabellón de España y el de Aragón, o el pabellón puente de Zaha Hadid como máximos exponentes), y a otras infraestructuras urbanas a envejecer de forma desigual. Las riberas del Ebro sobreviven como pueden al vandalismo y a un más que ajustado presupuesto municipal. Por contra, las circunvalaciones -la Z-30 y Z-40-, no solo gozan de buena salud, con decenas de miles de usuarios cada día, sino que además han permitido afrontar un ambicioso proyecto de ciudad: reducir el tráfico privado en el centro y añadir la única gran inversión de la última década: la línea 1 del tranvía.

Pero el año de la Expo permitía todo lo que la ciudad se propusiera. O casi todo. Porque también hubo proyectos que se incluyeron en el denominado Plan de Acompañamiento de la muestra internacional que nunca vieron la luz. Y ahí siguen, varados a la espera de tiempos mejores.

Es el caso de Parque Agrícola junto al Canal Imperial, que acabó convirtiéndose en terreno para huertos de mucho menor calado del que se pretendía porque el otro proyecto «presentaba problemas en su diseño por exceso absoluto de hormigón». O los 6,5 millones que se preveían gastar en la recuperación del Teatro Fleta, que nunca se hizo porque al no tener proyecto no dio tiempo (y que llegó a pretender la Sociedad General de Autores, cuya idea migró luego al Portillo para acabar enterrada). O el Espacio Goya, que llegó a tener diseño con la firma de Herzog & De Meuron y una estimación de 26,8 millones de inversión, además de los otros 22,8 que sí se gastaron para sacar de allí la Escuela de Artes y llevarla a un edificio nuevo.

Pero es que Zaragoza durante mucho tiempo planeó contar con una segunda estación del AVE en Plaza. Cifrada la inversión en 50,5 millones de euros y con varios diseños sobre el papel, nunca se llegó a impulsar de verdad por el Ministerio de Fomento. Otro ministerio, el de Medio Ambiente, se dejó sin terminar la reconversión de las riberas del Canal en paseo urbano en uno de sus tramos, el de San José, que no se pudo tramitar en plazo y ahora, años después, lo ha tenido que hacer el ayuntamiento con fondos propios. Y, en otros casos, no fructificaron por la quiebra de la empresa que se iba a ocupar de su mantenimiento y explotación, como el complejo deportivo que se iba a crear junto al azud.

IMPULSO PRIVADO

Pero en esos años Aragón y zaragoza podía con todo, los ministerios se volcaron con el territorio, y los millones llegaban en cascada. Para dotar a la ciudad de un Palacio de Congresos de primer nivel en Europa. financiado por la DGA, o para acometer un parque lineal en Plaza valorado en 17,5 millones que hoy pesa como una losa a quienes deben mantenerlo, y que sufre las consecuencias languidenciendo entre recortes.

En el caso del ayuntamiento, destaca también el corredor verde Oliver-Valdefierro, que se inauguró solo a mitad (15,9 millones de inversión) para el 2008 y el resto aún tardó más de un año en culminarse. O la actual plaza de Eduardo Ibarra o el aparcamiento Sur de la muestra que hoy aloja al Rastro (10,2 millones), o el azud, hoy cuestionada por el ayuntamiento como una infraestructura perjudicial. Ni qué decir tiene la red de embarcaderos que hoy no sirven de mucho tras el naufragio de una navegación fluvial en el Ebro que ya ha dejado de existir.

Otras inversiones llegaron desde la iniciativa privada. Zaragoza para el 2008 tenía una telecabina, por extraño que parezca. Tras la Expo, la cruda realidad devolvió esta infraestructura de 11 millones de euros a su desaparición. Ahora siguen presentes los macropostes metálicos y el cable que conectaba La Almozara con el Parque del Agua. Y es así porque cuesta más desmontarlos que dejarlos envejecer a la intemperie.

El 2008 también fue el año del estreno de Plaza Imperial y de la puesta de largo de la primera gran torre de oficinas, el World Trade Center (WTC). El mismo año del impulso a la logística y al transporte ferroviario de mercancías con el complejo de Adif en Plaza... Otros proyectos, como Aragonia, no llegaron a tiempo y tuvieron que esperar al 2009, y otros nunca se llegaron a ejecutar, como el Zaragoza Bicentenario Business Building (ZAB) -35 millones- de una Milla Digital (en la renovada entrada desde la A-68) que se ha quedado a medio gas. Bajo ella sigue inacabado el túnel carretero que conecta con Escrivá de Balaguer.

Eran otros tiempos, en los que Zaragoza creía que podía. Y entre todos completaron la otra mitad del camino hacia la nueva ciudad que es hoy.