La pasarela peatonal del Voluntariado, que une los barrios zaragozanos del Actur y La Almozara, fue la primera gran obra de la Expo que se inauguró en el 2008. El 25 de abril, cuando faltaban 50 días para que la exposición universal abriera sus puertas, varias decenas de colaboradores en el recién creado cuerpo municipal de participación se encaramaron al puente colgante para dejar claro que llevaba su nombre. Hasta entonces en el imaginario popular había tomado la denominación del ingeniero que la había proyectado, el navarro Javier Manterola. O incluso fue llamada El pincho por el mástil que la sostiene.

Los testimonios recogidos el día de su inauguración fueron unánimes. «Es algo extraordinario», decían los zaragozanos que por primera vez cruzaron el Ebro en esa zona. «Estamos muy orgullosos del nombre que lleva», confirmaban. El cuerpo de Voluntariado todavía no tenía tareas asignadas, pero pronto se integraría en el paisaje de la ciudad, igual que ha sucedido con el puente diseñado por Manterola.

La obra contó con un presupuesto de 6,2 millones de euros y con un periodo de construcción de diez meses. Para poder invadir las orillas de río con las grúas y la maquinaria se necesitó la coordinación de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y el Ministerio de Medio Ambiente, que ejercieron como promotores.

un ajuste obligado / En un primer momento la pasarela contó con un presupuesto de salida de casi diez millones de euros que hubo que reducir para cumplir con las estimaciones globales de la Expo. Además con el cambio perdió algo de la espectacularidad de los bocetos para no hacer sombra al Pabellón Puente en el que trabajaba la iraní Zaha Hadid. El diseño original también era cubierto y su anchura era de trece metros.

Desde lejos, la pasarela actual simula un barco inclinado con un gran mástil que alcanza los 77 metros de altura, que serían 90 si no fuera por la inclinación. Está anclado en el lecho del río en un profundo pozo de hormigón de más de ocho metros. Es de color blanco, gris claro y azul, con un tablero con una anchura de cuatro metros y medio. Los paravientos colocados en el lado de aguas arriba del río son acristalados y permiten a los viandantes admirar cómo discurre el agua del Ebro.

Los 46 tirantes que sustentan el tablero han permitido mantener la estructura apoyándose exclusivamente en las dos márgenes. No hay pilón alguno que corte el incesante paso del río y la primera vez que se atraviesa llama la atención su suave vaivén, bastante más agitado los días en los que el cierzo está envalentonado.

Con el paso del tiempo la pasarela se ha consolidado como una opción para unir dos barrios populares. En bici o paseando numerosos vecinos cruzan de un lado a otro a lo largo del día, a veces azotados por el viento. En el lado negativo cabe apuntar que en demasiadas ocasiones se ha visto vandalizada por los gamberros. Los cristales de los laterales han sido golpeados y ensuciados con pintadas a pesar del incremento de la vigilancia.

nombre simbólico / Esta semana un grupo de voluntarios volvió a reunirse en la estructura para rememorar aquella animada jornada de inauguración. Han pasado diez años, pero las opiniones son las mismas. «Sigue siendo muy bonita», dijeron.

La primera coordinadora del Voluntariado, Marta Colomer, recordó lo mucho que costó implantar el cambio de nombre. «A veces teníamos que llamar a los medios de comunicación para que recordaran que ya no era de Manterola», bromeó. Esta nueva denominación fue un empeño casi personal del alcalde en aquella primavera del 2008, Juan Alberto Belloch. «Une dos barrios populares, es peatonal y está sobre el Ebro, simbólicamente es un nombre muy bien elegido», confirmó Colomer.