Rodeado por el meandro de Ranillas, al abrigo del río Ebro y escoltado por vegetación propia de la ribera -el soto- se encuentra el mayor parque de Zaragoza y uno de los más grandes de España. La veta de regeneración que se abrió con la Expo transformó lo que era un terreno dedicado a la agricultura en este pulmón que, diez años después, sigue respirando. Y dando oxígeno tanto a su naturaleza como al entorno económico que engloba. El Parque Metropolitano del Agua Luis Buñuel es, pues, heredero directo de ese salto que vivió la capital aragonesa en el 2008 y, en este caso, se tradujo en la creación de un gigantesco espacio verde de más de 120 hectáreas asentado en dos pilares fundamentales: la gestión ecológica y la colaboración público-privada de los negocios allí instalados.

En ese sentido, cabe señalar las más de treinta actividades disponibles actualmente para el público, gestionadas por unas 20 empresas que dan trabajo a alrededor de 250 personas. De ellos, 35 se dedican a su mantenimiento, todos los que aporta la sociedad municipal Desarrollo Expo.

Su origen se funde en una reivindicación vecinal anterior que buscaba aprovechar el meandro. Así lo explica quien fuera director técnico de Expoagua, Francisco Pellicer. Desde el 2002 la idea fue cogiendo forma y, de hecho, encontró sitio en el llamado Plan de Riberas proyectado para la Expo. Tras ello, el estudio de arquitectura de Iñaki Alday y Margarita Jover se hizo con el concurso internacional de ideas celebrado en el 2005. Y recuerda que este equipo presentó un primer proyecto en papel que resultó «clavado» a la hora de ejecutarlo. «Ya estaba todo en el dibujo», remarca el responsable técnico.

Con un presupuesto final que rondó los 90 millones, el ayuntamiento asumió el 15%, el Ejecutivo autonómico otro 15% y el Estado el 70% restante. Aunque iba a costar solo 74,1.

Para Alday, el concepto del parque resultó «una idea brillante» por parte de las personas involucradas en la conceptualización de la Expo, puesto que evitó que el meandro -al cortarse por el tercer cinturón- se convirtiera «en un patio trasero donde fueran a parar aparcamientos u otras infraestructuras y se echara a perder tres cuartas partes del meandro, con un potencial paisajístico enorme», afirma.

Las primeras obras comenzaron por el soto de ribera a finales del 2005. «La principal dificultad era el tiempo, fue una operación heroica», recuerda. «En apenas tres años y medio se terminaron de comprar los terrenos, se redactaron los proyectos y se hizo la obra. Fue increíble, nunca en mi vida he aprendido tanto», apunta.

El proyecto de Alday se cimentó sobre cuatro ideas básicas: no redibujar el paisaje anterior y utilizarlo como base (el trazado de los canales resulta ser el que tenía la acequia, por ejemplo), devolver al río una parte importante que la agricultura había ido comiendo, graduar los usos y ambientes desde lo más urbano hasta lo más natural y, por último, mantener en un lugar central al agua a la hora de estructurarlo. Con estas premisas, en junio del 2008 el Parque del Agua abría sus puertas a los visitantes.

Se estrenó después de soportar los «sustos» que supusieron las riadas que tuvieron lugar durante su construcción. Una década después de su apertura, 1.400.000 personas lo visitan cada año y unos diez millones lo han hecho desde que se inaugurara en el 2008. Unas cifras nada desdeñables, sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de un entorno en el que la vivienda más cercana está a casi 400 metros y que no pertenece a una zona de tránsito. «Es un parque de destino», explica el gerente de la sociedad Desarrollo Expo, Alberto Ipas. Este hecho, precisamente, es una de las razones por las que se le dotó de actividades para que resultara atractiva la visita, más allá del paisaje a apreciar. Un teatro infantil, hostelería, deporte, naturaleza, cuidado personal... La oferta lúdica que engloba resulta amplia.

Una de las facetas más llamativas es el respeto y adecuación al medio ambiente. Además de ser un parque inundable, su gestión ecológica ha recibido múltiples premios y es el que más reconocimientos ostenta de Europa, como el sello Aenor. Las aves tienen su lugar en la isla de los pájaros, el pastoreo limpia el soto para que circule bien el agua y el abono se realiza con limos y estiércol de los caballos del centro de hípica. Además, es un espacio libre de glifosatos y la depuración natural que realiza -con, por ejemplo, carrizales que limpian el agua- convierte al líquido elemento en apto para el baño. «Es un ejemplo de sostenibilidad precioso», juzga Pellicer. Por años, es un bebé de la naturaleza con muchos años de desarrollo por delante aún pero los datos de visitas denotan la buena aceptación del ciudadano. «Lo que más satisfacción da a un arquitecto es ver la cara de la gente en los sitios donde ha trabajado. Es la prueba del algodón», concluye Alday.