La organización de la Expo pensó que llegar al recinto de Ranillas por el aire, con una privilegiada vista de pájaro de la muestra, sería un valor añadido para un evento llamado a atraer a millones de visitantes. Y se pensó en la telecabina, que la unión temporal de empresas (UTE) formada por Aramón y Leitner se encargaría de instalar con una inversión de casi 12 millones de euros.

Un medio de transporte más propio de otras latitudes que sufrió más de lo esperado. En los 93 días de la muestra movió a casi un millón de personas. Después. su vuelo sobre el meandro enfiló un aterrizaje forzoso que en el 2011, después de arrastrar un déficit millonario de casi cuatro millones en el 2009 y el 2010, puso fin a la aventura. Tras el apagón, salir del paisaje era solo cuestión de tiempo. Diez años después, dicen que se llevará a los Alpes. Lo único seguro es que su desmontaje definitivo será inminente.

El diseño de este tendido aéreo de 1.190 metros de longitud que hacía sobrevolar a 50 metros de altura el meandro, adentrándose entre el Pabellón Puente de Zaha Hadid y el palacio de Congresos de Nieto y Sobejano, siempre fue muy cuestionado por los usuarios. Por la lejanía con respecto a cualquier espacio habitado y de las puertas de entrada a la propia Expo. Se levantó una estación motriz ubicada en La Almozara, junto al centro de Etopia y a escasos metros de la intermodal de Delicias, y otra en el macroaparcamiento del Parque del Agua. Ambos edificios permanecen en pie. Eso sí, sin utilizar para nada desde el 2010.

VAIVENES EN EL AIRE // Tampoco gustaron, sobre todo, las tarifas. Durante la muestra, se podía obtener un billete con la entrada. Después, se dejó al módico precio de 5 euros que muy poca gente se atrevía a pagar por ver un espacio pos-Expo en desuso o en obras. La utilización cayó en picado y con ello los ingresos. Solo tenía éxito cuando, por las fiestas o en días muy señalados, se promocionaba el viaje a un euro. Entonces se llenaba pero la explotación así era inviable. Las pérdidas, en el 2009 y el 2010, rozaron siempre los 2 millones anuales.

Así se fraguó su desaparición, en una cronología de diez años con cuatro fechas importantes. Una, el 26 de noviembre del 2010, cuando la concesionaria del negocio, la unión temporal de empresas (UTE) formada por Aramón y Telenieve trasladaron al ayuntamiento la «necesidad de reestablecer el equilibrio económico-financiero del contrato» suscrito en marzo del 2007. Un ultimátum que planteaba o que «se otorgase una subvención» o que se «procediera a extinguir el contrato». El Gobierno de la ciudad tardó menos de dos meses en responder: no se concedería subvención alguna. Fue el 12 de enero del 2011, otra fecha clave, cuando se dio orden para tramitar la extinción del mismo.

Nueve meses de trámite que concluyeron el 9 de septiembre del 2011, cuando oficialmente se resuelve el contrato con Aramón-Telenieve. Pero se le concede la posibilidad de mantener las instalaciones y las cabinas hasta que se les encuentre un lugar idóneo para su traslado. Y entonces comienza un largo periodo de negociaciones, o especulaciones, que nunca fructificaron. Se dijo que se llevarían a Formigal, previo pago de 4 millones; luego a Valdelinares aprovechando el Fondo de Inversiones de Teruel (Fite) para costear los tres millones que decían que costaba el traslado; y también se barajaron otras estaciones ajenas al grupo empresarial aragonés. Pero nada de eso se tradujo en una realidad. Esta semana se ha conocido que acabará en los Alpes.

Desde el apagón oficial, a principios del 2011, pasaron cuatro largos años sin funcionar y con las 70 cabinas adornando el paisaje y cada atardecer en Zaragoza. Hasta que en mayo del 2015 Aramón y Telenieve procedieron a descolgarlas para buscarles refugio en las también inutilizadas estaciones. Los espacios donde en el 2008 se agolpaban los visitantes para subir a 50 metros de altura o donde, por la noche, se degustaban cócteles en un espacio de relax al margen del recinto Expo, ahora amanecían cada día reconvertidos en almacén.

Mientras, su realidad era tan triste como que era «más costoso desmontarla que dejarla como está». Fue la frase más repetida durante meses en la pasada legislatura. Se estimaba en un millón de euros, luego en 600.000 y ahora se pretende hacer por 35.500 euros. Es la factura por desaparecer.

Han sido diez años para una infraestructura que vio la luz tres días antes de la Expo, con una jornada de puertas abiertas que recibió una respuesta multitudinaria. Los 93 días de la Expo fue la única época en la que voló alto en Zaragoza y diez años ha convivido en un hábitat que no es el suyo.