El Popular, en otros tiempos el banco más solvente, rentable y eficiente de Europa, entró tarde y mal en el negocio inmobiliario bajo la presidencia de Ángel Ron. Ello cargó su balance con unos 36.000 millones de euros en activos tóxicos. Además, compró el Banco Pastor sin ayudas, lo que aumentó sus problemas. Sus provisiones para afrontar las pérdidas inmobiliarias eran muy bajas (45%, frente al 52% del sector) porque tardó en admitir su situación y no quiso trasladar activos al banco malo Sareb.

Un golpe de Estado de un grupo de accionistas y consejeros, liderados por Antonio del Valle y Reyes Calderón, cesó a Ron y nombró a Emilio Saracho presidente en febrero. El banquero, procedente de JP Morgan, llegó con la misión de enmendar el rumbo de la entidad, mediante una venta o una ampliación de capital. Sin embargo, sus errores y retrasos provocaron una espiral de desconfianza que hundió al banco en bolsa y provocó una fuga de depósitos que ha llevado al Popular a la situación de inviabilidad.

El Banco Santander había perdido posiciones en el ranking de bancos en España al no haber comprado ninguna entidad durante la crisis. Con la compra, se convierte en la primera entidad por cuota de negocio en el país y suma la fuerte presencia del Banco Popular en pequeñas y medianas empresas, un negocio rentable en el que el grupo intervenido era líder. A cambio, tendrá que hacer una macroampliación de capital de 7.000 millones de euros para reforzar la solvencia y sanear el balance del Popular.

Gracias a la intervención y rápida venta al Santander, el Popular puede seguir operando con normalidad con sus clientes. De lo contrario, ayer tendría que haber declarado un corralito y no habría podido abrir sus oficinas por su falta de liquidez. Los accionistas, en cambio, van a perder todo su dinero, como también los dueños de la deuda convertible y subordinada, como medida impuesta por Europa para recapitalizar el banco. Los propietarios de deuda senior, en cambio, no sufrirán ninguna pérdida.