Han pasado diez años desde el inicio de la crisis. Diez, no nueve. La confusión es ya un tópico difícil de disolver: que la crisis financiera global tuvo su principal hito en la quiebra de Lehman Brothers de octubre del 2008 al negarse las autoridades de EEUU a rescatarlo. Pero las primeras manifestaciones de lo que se cocía empiezan en el verano del 2007 con las primeras inyecciones de yenes/dólares/euros al sistema financiero con la excusa de falta de liquidez.

Aquel agosto del 2007, se llamó a tal operación ajuste fino (en inglés, fine tuning), una expresión eufemística digna del catálogo financiero de expresiones engañosas, que pretendía justificar una pequeña purga como quien elimina el aire del radiador cuando llega el invierno. Y fue justo en noviembre del 2007 cuando empezaron las dimisiones de presidentes de entidades hasta entonces prestigiosas como Citigroup y Merril Lynch (tras cobrar las recompensas por su gestión, bonus).

Diez años después, Eurostat nos dice que hay 13 millones de españoles (el 28% de la población) en riesgo de pobreza o exclusión social, que no son eufemismos. Hace una década esa cifra era del 23%. Hoy ya son la mitad de los parados los que no tienen cobertura y que otro de los paliativos del Estado del bienestar, que no estaba previsto para este fin, las pensiones, están ejerciendo de principal ingreso de cientos de miles de hogares, y que su congelación se notará. Ajuste a martillazos, sin asomo de finura.

También ha sido una década de experimentación para toda la Europa más desarrollada: contemplar las flaquezas y limitaciones del euro, cuya concepción se remonta a diez años antes, el periodo 1997-1999. El economista Jean Pisani-Ferry, uno de los más influyentes de Francia y la UE, admite que la implantación y rodaje del euro no ha respondido a las expectativas -más allá de la comodidad de uso para consumidores y empresas-, de ser un instrumento financiero de equilibrio monetario mundial y acelerador de la integración de la UE.

En esto último, reconoce el economista, no solo se ha avanzado poco, incluso han aflorado alejamientos imprevistos en la evolución de las economías de la eurozona. «Ha sido un error más antropológico que económico», justifica Pisani,

Un mal que se hereda

Fue el principal asesor económico de la campaña de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas. Como europeísta convencido («en las elecciones exhibimos más la bandera europea que la francesa, y ganamos»), reconoce las carencias estructurales del euro, como la necesidad de mayor integración en la gestión de la deuda -todavía impensable que se mutualice- y la creación de un auténtico presupuesto europeo, no una simple «transferencia fija de subvenciones». Así ganaron en Francia, aunque negando esa posibilidad ha sido cómo Angela Merkel ha ganado en Alemania. Y resignación: este año se ha fiado todo a lo que pase en las elecciones en Francia y luego en Alemania… y ahora Pisani dice que hay que esperar a Italia en marzo. ¿Cuándo acaba el ajuste fino?

Si medimos la distancia entre máxima igualdad (cero) y máxima desigualdad (100), la media europea está 30% de diferencia entre ricos y pobres. La española en el 35% y subiendo desde hace 10 años. ¿Quiénes son? Los más castigados (pobreza severa) son los que no pueden comer carne, pasan frío en invierno, acumulan deudas domésticas que no pueden pagar, y desde luego no tienen televisor ni teléfono. Son más de tres millones de españoles.